Como aquellas personas cuyo pasado no puede serles mencionado, como si en ese pasado hubiera un detalle oprobioso que demostraría que el presente no les pertenece o no lo merecen del todo. O quizás como esos moralistas a toda prueba, duros y absolutos como dioses castigadores en sus juicios, que basan su postura ética en una culpa pasada que no pueden saldar o confesar. Así se me aparece el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, cada vez que lo oigo con sus ademanes energúmenos catalogar de gorilas a los golpistas de Honduras. ¿Él, que fue gorila también? ¿Él, que ha llenado la administración pública venezolana de militares por considerar las charreteras aval suficiente para cualquier posición? ¿Él, que hasta uniformes nuevos se ha inventado para aparecer en público? ¿Él, que amenaza con una intervención armada en un país extranjero? ¿Él, que en su país amenaza permanentemente con que su revolución está armada? ¿Él, que para darle sustento a esa amenaza es el mayor comprador de armas de América Latina? ¿Él, que ampara bandas de choque para que ataquen prensa y opositores en nombre del pueblo? ¿Él, que las dos únicas veces que ha movilizado tropas o pueblo al combate tuvo que retirarse protegido por las cámaras de televisión, la primera vez, y por la sotana de un cura, la segunda? Quizás en esto último esté la razón de tanta vehemencia, de tanta furia, de tanto encono al pronunciar la palabra gorila.
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