El recorrido de la antorcha olímpica hacia Beijin ha estado acompañado por numerosas manifestaciones en contra de la política de China con respecto al Tíbet y a fin de cuentas contra la decisión del Comité Olímpico Internacional (COI) de seleccionar a la ciudad china como sede de los Juegos Olímpicos. Lo increíble es que aquellos que se oponen a las protestas, que se indignan por ellas, hacen de hacerse la vista gorda su principal argumento, porque no se debe mezclar política y deportes y el espíritu olímpico debe prevalecer por encima de todo. Incluso, agrego yo, por encima de los numerosos muertos del Tíbet y con ello, de prácticamente toda política cuestionable de un país sede, porque si el terrorismo de estado chino no debe hacernos cuestionar una decisión del COI entonces qué.
En el fondo, lo que debemos cuestionar es el espíritu olímpico, porque hace mucho tiempo que solo responde al mejor postor, a la máxima rentabilidad económica. No empañemos con protestas en nombre de una nación simpática pero nada productiva como el Tíbet, el espíritu del negocio detrás de entregarle a China la sede olímpica.
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