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30 de enero de 2007

Tecnocracia

Hoy, en el Concejo Municipal de un municipio caraqueño se dañó el equipo de grabación, lo que obligó a la suspensión por una media hora de la sesión del día. Me pregunto si en ese equipo, el botón de grabación en vez de decir REC dice REP, porque al parecer sin grabación no hay representación. "Dale Play" debería ser la fórmula para iniciar la sesión.

21 de enero de 2007

Una foto sin más comentarios

La tomó un amigo en un viaje que hizo a Suráfrica, hace como un año. Desde entonces, la tenía guardada en el computador y hoy la pongo aquí.


19 de enero de 2007

Elegancia

La publicidad está donde está la gente. Por eso, en Caracas la publicidad cada vez está más presente en la cola. Ya las vallas no caben a los lados de la autopista y de cualquier avenida de la ciudad, pancartas y afiches se reproducen en cada poste, camiones publicitarios transitan por las calles, y en los semáforos se aprovecha la luz roja para que frente a los carros se paren individuos con carteles y letreros invitando a consumir tal producto o a solicitar tal servicio. No estoy en pro ni en contra de tales estrategias, así como hay vallas que se convierten en parte importante del paisaje urbano también hay puntos de la ciudad donde el exceso de vallas solo es contaminación visual. Pero lo que sí debería existir es un poco de elegancia a la hora de instalar o colocar un nuevo dispositivo publicitario.
Me refiero en específico a las pantallas portátiles que ahora colocan en algunos puntos del municipio Baruta, desde donde transmiten comerciales que uno puede mirar cuando se está simplemente varado en el tráfico. Por ejemplo, en el embudo que sufro diariamente, justo cuando la avenida Río de Janeiro tuerce noventa grados y pierde un canal para cruzar el Güaire y entrar en El Rosal, ahora siempre hay una de esas pantallas, haciendo más abrupto el paso de tres a dos canales y quien sabe si ralentizando un poquito más el tránsito debido a que una chica Polar contorneándose botella en mano merece un par de segundos de nuestra atención.
No es que la pantalla haga la cola. De hecho, es la cola que siempre existe en ese punto lo que explica y justifica la presencia de la pantalla. Pero al verla, no dejo de preguntarme qué beneficios le reporta esa presencia a la Alcaldía que, entre otras cosas, tiene que plantearse soluciones a ese embudo y a todos los demás donde sea rentable y justificable la presencia de otras pantallas.
Si las Alcaldías obtienen dividendos de las colas, se me antoja que no estarán tan interesadas en darle solución a esas colas. Y en el caso de las pantallas portátiles, el beneficio existe si la cola existe.

18 de enero de 2007

Little Miss Sunshine

De la película dirigida por Jonathan Dayton y Valerie Faris y escrita por Michael Arndt, me gustó creo que todo. Pero quiero escribir sobre Frank, el personaje que interpreta Steve Carrell, que en un par de momentos del filme se presenta a sí mismo, con la ironía del derrotado, como la persona que sabe más en Estados Unidos de Marcel Proust. No queda del todo claro, y ésa es una de las grandes virtudes de Little Miss Sunshine: que no hay últimas palabras, si la ironía de Frank apunta solo hacia sí mismo o va dirigida a todo un sistema académico que vive de esas consideraciones.
En todo caso, a Frank no le sirvió de mucho ser la máxima autoridad estadounidense en Marcel Proust y salvo su ego, nada en él se dañó al enterarse de que ya no lo consideraban la máxima autoridad estadounidense en Marcel Proust. Mientras, la mayor parte de nosotros vive sin saber que hay gente en alguna parte luchando a capa y espada por ser consideradas la máxima autoridad en tal o cual materia.

16 de enero de 2007

Disolución de la Asamblea por Alienada

Nosotros, los abajo firmantes, convencidos por las palabras de uno de los principales ideólogos del socialismo del siglo XXI, William Izarra, de que el béisbol profesional es alienante, le solicitamos al Presidente de la República Bolivariana y ya socialista de Venezuela y único líder del proceso revolucionario venezolano, Hugo Chávez Frías, que proceda a paso de vencedores a la disolución de la Asamblea Nacional, cuyos miembros, en una muestra de alienación cuarto republicana y de conciencia contrarevolucionaria, acaban de realizar un acto que llamaron homenaje, que consistió en la entrega de una placa a un venezolano de nombre Johan Santana, cuyo dudoso mérito es el haber sido reconocido por su práctica de esa actividad alienante en el territorio del imperio, encarnando con ello la ideología del capitalismo y la traición a los valores de la revolución. Presidente, lave esta afrenta con un acto de justicia hacia Dios y el pueblo venezolano eliminando esa cueva de enemigos de la revolución y propiciadores de la alienación del soberano pueblo socialista de Venezuela. Patria, Socialismo o Muerte,

Los Abajo Firmantes

Hierba Mora

Uno de los aspectos más interesantes de Hierba Mora, la novela de Teresa Moure donde uno puede acercarse a la vida amorosa de René Descartes, es la postura que la autora tiene respecto al por qué se cuenta una historia. De alguna forma, la historia encuentra a su autor, y a partir de ese encuentro no hay forma de renunciar a contarla. Así, Hierba Mora es narrada por Inés Andrade, una estudiante de filosofía que convierte su permanentemente fallida tesis de grado en la historia novelada de la relación de Descartes con las dos mujeres que al parecer tuvieron mayor trascendencia en la vida del filósofo, Hélène Jans y la reina Cristina de Suecia. Pero el papel de Inés no es solo de narradora, pues su vida está íntimamente ligada a ese triángulo, como si siempre hubiera estado destinada a contarlo.
El encuentro de Inés con su propia escritura, Moure lo narra en la novela: …también estaban allí, esperándola, ciertos poemas que ella misma escribiría algún día, que ya aparecían allí con título y todo, y con la marca de cuantos versos y cuantas palabras tendrían, aunque las palabras exactas estaban sin poner.
Esa relación entre el escritor y la historia que cuenta se vuelve orgánica, el escritor necesita contar la historia tal como necesita respirar o comer. Por eso, en otra parte de la novela, Moure se pregunta: ¿Por qué escribir será una actividad regulada por la mente si es el cuerpo quien hace el trabajo?

Ideología

De Marx prefiero el MilkyWay.

14 de enero de 2007

Flandes y el poder de los medios

Hace un mes, un canal de televisión belga transmitió la falsa noticia sobre la separación de la región de Flandes del resto del país, asunto que produjo escándalo en Bélgica y reavivó el siempre presente debate sobre el poder y alcance de los medios de comunicación.
En su momento, algunos acusaron a los responsables de falta de ética profesional y mal gusto, mientras otros los felicitaron por permitir llevar el tema flamenco y la unidad belga de nuevo a la palestra pública. Algún estudio de opinión mostró que un 90% de los televidentes belgas creyeron que la información era cierta, y que un pequeño porcentaje lo siguió creyendo a pesar de que la misma televisora desmintió la noticia, incluso a través de cintillos informativos durante la segunda media hora del programa.
Pero a un mes del evento, el mismo nos luce tan añejo como aquel que le sirvió de inspiración: la transmisión en 1938, por parte de Orson Welles y su compañía de teatro, de una versión de La Guerra de los Mundos, de H.G. Wells, sin previo aviso, interrumpiendo la programación regular y a modo de noticiero, lo que produjo el pánico y la creencia en muchos estadounidenses de que una verdadera invasión marciana se estaba produciendo.
Desconozco el estado de la cuestión belga, pero estoy pendiente si en el futuro, el 14 de diciembre de 2006 se convierte en una fecha decisiva en el debate sobre el destino del país y de la comunidad flamenca de Flandes, tan distinta cultural e históricamente de la comunidad francófona y su región de Valonia. Pero por lo pronto, pareciera que el apócrifo programa sobre la independencia de Flandes no ayudó tanto a la causa flamenca como a la historia de los efectos nocivos de los medios y su poder para fabricar y torcer la realidad. No nos extrañe, que el episodio de la independencia de Flandes sea utilizado como explicación y justificación de iniciativas para introducir controles y filtros sobre los contenidos mediáticos en Bélgica, Europa y el mundo, aun cuando el país siga siendo exactamente el mismo que antes del programa.

Más extraña que la ficción

En un cuento de G.K. Chesterton me encontré con estas palabras:

La verdad tiene que ser forzosamente más extraña que la ficción... porque la ficción es una creación del espíritu humano, afín por consiguiente a él.

6 de enero de 2007

McLuhan y la página 69, hoy

Me pregunto qué diría hoy McLuhan de su técnica de la página 69. Después de todo, murió en 1980, cuando apenas los primeros ordenadores personales hacían su aparición y quienes los poseían los utilizaban más por excentricidad que por facilitarse las cosas.
Como nadie, McLuhan indagó en la forma como los medios cambian nuestros cuerpos y nuestras vidas, nuestras formas de hacer y deshacer. Y si McLuhan escogió la página 69 para sentir el verdadero aliento de un libro, no lo hizo por simple guiño. Pienso que vio en la forma como los escritores llevaban la cuenta de lo escrito algo distinto cuando se aprestaban a abordar el comienzo de la nueva página, al cuadrar la hoja en la máquina de escribir, en el golpear de los dedos sobre las teclas y en cómo recibían el final de la página para luego cambiar de hoja. La página 69 aparecía vívida, sentida, sufrida, no una página cualquiera, no un número cualquiera, una página especial que ameritaba, producía un esfuerzo especial. Creo que es ese esfuerzo el que McLuhan nos invitó a corroborar para, si nos satisfacía, decidirnos a leer o no un libro.
Pero se me antoja que hoy McLuhan habría desechado su propia técnica. Porque los números de las páginas ahora se le aparecen al escritor como un conteo autónomo en la esquina inferior de su pantalla, y el cambio de página es apenas una línea punteada que no interrumpe ni ritmo ni idea y que busca pasar lo más desapercibida posible. El conteo y cambio de páginas hoy no tiene el mismo significado que antes de Word o de cualquier otro procesador de palabras, y eso lo habría notado McLuhan en medio de su empeño por decirnos cuál es el mensaje de este medio que utilizamos para escribir, para hablar, para saber, para enamorarnos, para todo.

5 de enero de 2007

El Fin de la Locura




En El Fin de la Locura, Jorge Volpi da cuenta de varios recursos para hacer pasar por verdadero a Aníbal Quevedo, el personaje de su novela. El principal, poner a Quevedo a convivir y compartir con varias figuras icónicas del siglo XX, como Jacques Lacan, Roland Barthes, Louis Althusser, Michel Foucault, Fidel Castro, el subcomandante Marcos, Carlos Salinas de Gortari, Carlos Monsiváis, entre otros. Además, en la bibliografía donde da cuenta de los libros que utilizó para realizar su novela, Volpi cita libros del propio Quevedo, así como trabajos sobre éste de otros escritores, como Monsiváis y Carlos Fuentes.

Pero de todos esos recursos hay uno en particular que me puso a escribir. Bebiendo directamente de El Quijote –Aníbal Quevedo, Alonso Quijano-, Volpi se declara simple editor de El Fin de la Locura, ya que el libro sería el resultado de una búsqueda en los archivos de Aníbal Quevedo, por lo que éste y no Volpi sería el verdadero escritor de la novela. Es el eterno juego, que no sé si inauguró Cervantes, en que el escritor de un libro se hace pasar por un simple transcriptor, emparentándose así con los primeros escribas que tomaban las tradiciones orales de sus comarcas y las fijaban en el papel convirtiéndolas en libros sagrados, tan sagrados que muchos se le atribuyeron al dictado de algún Dios.

Sin embargo, en El Fin de la Locura no creo que el recurso esté del todo logrado. Porque es a través de una nota de crítica literaria como nos enteramos de que es Quevedo y no Volpi el verdadero autor del libro. Si bien la nota está llena de ironía y de sarcasmo –Volpi aprovecha para burlarse de sí mismo, llamándose escritor mediocre y comparándose en minusvalía con Roberto Bolaño- no está claro el mecanismo a través del cual la crítica de un libro viene incluida en ese libro. Ahí, pienso yo, se desmorona la figura de transcriptor que construye Volpi para sí. Para que la nota crítica funcionara como el mecanismo que devela a ese transcriptor, El Fin de la Locura debió presentársenos como una segunda edición, ampliada y corregida, del primer libro que tan mala prensa obtuvo.

Se me ocurre que ése sería un recurso interesante de ficción, que tal vez ya ha sido utilizado: presentarnos un libro nuevo como si ya estuviera en ediciones posteriores, un poco al estilo del juego de palabras con que alguna vez tituló Augusto Monterroso: Obras Completas (y otros cuentos), o del 30 años de éxitos, título escogido para su primer disco por aquella para bien de todos olvidada banda española, Los Toreros Muertos, cuya más conocida canción se titula Agüita Amarilla y es una oda a la orina.

Si quieres leer más sobre escritores ficticios, visita la entrada 5 escritores influyentes que nunca existieron.

4 de enero de 2007

Completando el experimento

La técnica de la página 69 no está completa si no la utilizamos en el libro que vamos a leer. Por eso, agrego parte de la página 69 del libro al que le tocará el turno una vez terminado el que actualmente estoy leyendo.

El viento de la luna, Antonio Muñoz Molina
En la escuela de los jesuitas los otros alumnos eran iguales a mí, eran los niños con los que jugaba en la plaza de San Lorenzo y los hijos de los hortelanos que vendían en el mercado cerca de mi padre o de los vareadores y las granilleras que iban cada año a la aceituna en las mismas cuadrillas que mi abuelo y mi madre. Pero ahora, de pronto, también eso ha cambiado. Al terminar la escuela obligatoria esos alumnos se fueron a trabajar al campo con sus padres, o empezaron a aprender oficios en los grandes talleres de los jesuitas. Yo debería haber seguido ese mismo camino, debería estar ahora en la huerta con mi padre o vestido con un mono azul y aprendiendo el oficio de carpintero o de mecánico, igual que tantos chicos que jugaron conmigo en los patios de la escuela y con los que ahora me cruzo y casi no los reconozco porque ya parece que han empezado a convertirse en adultos.

De ahora en adelante, creo que cada vez que vaya a empezar un libro, transcribiré aquí parte de su página 69. Después de todo, soy de los convencidos de que vivimos en la Galaxia McLuhan.

La página 69

La idea es de Saparapanda y me gustó: transcribir la página 69 de algunos libros para ver si la técnica de Marshall McLuhan que Libreros nos enseñó funciona. McLuhan recomendaba tomar un libro e ir directo a la página 69; si lo que hay en la página 69 es de nuestro agrado leemos el libro, si no, no vale la pena.
Aquí, transcribo parte de la página 69 de dos libros, el último que leí y el que estoy leyendo.

El Fin de la Locura, Jorge Volpi.
Todo había empezado unos años antes, cuando Guy-Ernest Debord -todavía firmaba así- tenía veinte años. Era un muchacho delgado, con anteojillos redondos que lo hacían parecer un anticuado profesor de filosofía. A diferencia de la mayor parte de sus coetáneos, había decidido no seguir una carrera universitaria, resistiéndose tanto a la tradición como al prestigio. Mientras Foucault o Barthes se debatían con sus tesis doctorales, Debord deambulaba por las calles de París. No pensaba trastocar el mundo a través de los libros, sino vagando.

Hierba Mora, Teresa Moure.
Y si ese cuerpo de Francine, la autómata, llegase a hablar, le diría: No pienso, papá, no pienso, que sólo puedo repetir los mensajes que tú me dictas en ese disco que insertas en la mitad de mi espalda, y entonces él tendría que acabar la frase lapidaria, y reconocer que, en no pensando, tal vez la niña hubiera dejado definitivamente de existir. Aunque no es seguro, que de la negación del antecedente no se sigue la negación del consecuente, ¿no es así?

3 de enero de 2007

Una foto, una escultura


Sigo hurgando entre mis cosas, buscando qué salvar del olvido y qué no. Encontré esta foto, la tomé en Chicago, en Navy Pier. En aquel momento no me preocupé por anotar el título y el autor de la escultura, o si lo anoté lo borré por completo. Pero creo que hoy, en fotografía, me gusta tanto como aquella vez que la vi en persona.