En
El Fin de la Locura, Jorge Volpi da cuenta de varios recursos para hacer pasar por verdadero a Aníbal Quevedo, el personaje de su novela. El principal, poner a Quevedo a convivir y compartir con varias figuras icónicas del siglo XX, como Jacques Lacan, Roland Barthes, Louis Althusser, Michel Foucault, Fidel Castro, el subcomandante Marcos, Carlos Salinas de Gortari, Carlos Monsiváis, entre otros. Además, en la bibliografía donde da cuenta de los libros que utilizó para realizar su novela, Volpi cita libros del propio Quevedo, así como trabajos sobre éste de otros escritores, como Monsiváis y Carlos Fuentes.
Pero de todos esos recursos hay uno en particular que me puso a escribir. Bebiendo directamente de El Quijote –Aníbal Quevedo, Alonso Quijano-, Volpi se declara simple editor de
El Fin de la Locura, ya que el libro sería el resultado de una búsqueda en los archivos de Aníbal Quevedo, por lo que éste y no Volpi sería el verdadero escritor de la novela. Es el eterno juego, que no sé si inauguró Cervantes, en que el escritor de un libro se hace pasar por un simple transcriptor, emparentándose así con los primeros escribas que tomaban las tradiciones orales de sus comarcas y las fijaban en el papel convirtiéndolas en libros sagrados, tan sagrados que muchos se le atribuyeron al dictado de algún Dios.
Sin embargo, en
El Fin de la Locura no creo que el recurso esté del todo logrado. Porque es a través de una nota de crítica literaria como nos enteramos de que es Quevedo y no Volpi el verdadero autor del libro. Si bien la nota está llena de ironía y de sarcasmo –Volpi aprovecha para burlarse de sí mismo, llamándose escritor mediocre y comparándose en minusvalía con Roberto Bolaño- no está claro el mecanismo a través del cual la crítica de un libro viene incluida en ese libro. Ahí, pienso yo, se desmorona la figura de transcriptor que construye Volpi para sí. Para que la nota crítica funcionara como el mecanismo que devela a ese transcriptor,
El Fin de la Locura debió presentársenos como una segunda edición, ampliada y corregida, del primer libro que tan mala prensa obtuvo.
Se me ocurre que ése sería un recurso interesante de ficción, que tal vez ya ha sido utilizado: presentarnos un libro nuevo como si ya estuviera en ediciones posteriores, un poco al estilo del juego de palabras con que alguna vez tituló Augusto Monterroso:
Obras Completas (y otros cuentos), o del
30 años de éxitos, título escogido para su primer disco por aquella para bien de todos olvidada banda española, Los Toreros Muertos, cuya más conocida canción se titula
Agüita Amarilla y es una oda a la orina.
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