Me pregunto qué diría hoy McLuhan de su técnica de la página 69. Después de todo, murió en 1980, cuando apenas los primeros ordenadores personales hacían su aparición y quienes los poseían los utilizaban más por excentricidad que por facilitarse las cosas.
Como nadie, McLuhan indagó en la forma como los medios cambian nuestros cuerpos y nuestras vidas, nuestras formas de hacer y deshacer. Y si McLuhan escogió la página 69 para sentir el verdadero aliento de un libro, no lo hizo por simple guiño. Pienso que vio en la forma como los escritores llevaban la cuenta de lo escrito algo distinto cuando se aprestaban a abordar el comienzo de la nueva página, al cuadrar la hoja en la máquina de escribir, en el golpear de los dedos sobre las teclas y en cómo recibían el final de la página para luego cambiar de hoja. La página 69 aparecía vívida, sentida, sufrida, no una página cualquiera, no un número cualquiera, una página especial que ameritaba, producía un esfuerzo especial. Creo que es ese esfuerzo el que McLuhan nos invitó a corroborar para, si nos satisfacía, decidirnos a leer o no un libro.
Pero se me antoja que hoy McLuhan habría desechado su propia técnica. Porque los números de las páginas ahora se le aparecen al escritor como un conteo autónomo en la esquina inferior de su pantalla, y el cambio de página es apenas una línea punteada que no interrumpe ni ritmo ni idea y que busca pasar lo más desapercibida posible. El conteo y cambio de páginas hoy no tiene el mismo significado que antes de Word o de cualquier otro procesador de palabras, y eso lo habría notado McLuhan en medio de su empeño por decirnos cuál es el mensaje de este medio que utilizamos para escribir, para hablar, para saber, para enamorarnos, para todo.
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