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27 de febrero de 2011

The smell of a well published book

25 de febrero de 2011

La rentabilidad de la autoedición

Para ser justos, hay al menos una segunda visión maniquea de la autoedición, que se está haciendo tan popular como la comentada en la entrada sobre la calidad de los libros autopublicados. Según esta segunda visión maniquea, la autoedición es una panacea y una vía expedita para el éxito, como lo demuestran las experiencias de autores como Seth Godin, Amanda Hocking y la revista de Hernán Casciari. Por el otro, las editoriales serían especie de paquidermos incapaces de reaccionar a las nuevas tendencias, a las buenas ideas y a las relaciones ganar-ganar. Como siempre, todo maniqueísmo deja por fuera muchas posibilidades, pero también, todo maniqueísmo tiene algún viso de verdad, simplificada pero cierta.

Libros hay muchos y libros malos hay un montón. La inundación de libros malos no es culpa de autores que se autopublican sino de editoriales que tienen la capacidad de poner un libro, no importa su calidad, en las librerías de toda una ciudad, de todo un país, de todo un continente, de todo un idioma. Muchas editoriales son simples fábricas de papeles empastados, dispuestas a entregar libros cada vez más rápido y a menor costo para cumplir con un calendario editorial del que las buenas editoriales también son víctimas. Porque no importa el cuidado con que haces tus libros, las fechas son igual de estrictas ya que hay que presentar novedades, hay que darle novedades a las librerías en todos los formatos, novedades para navidad, novedades para el día del padre y de la madre, novedades para las vacaciones de verano, novedades para la feria tal y para la feria cual. Muchos editores que apuestan por el libro de calidad han sido devorados por esta vorágine, a tal punto que no es poco común el lugar que dice que los verdaderos editores son románticos amantes del libro dispuestos a arruinarse por él.

No son pocos los riesgos que toman los editores. El otro día vi los números de un editor y me dio miedo, miedo de que alguien fuera capaz de invertir tanto dinero esperando tan poca ganancia y con supuestos tan difíciles de cumplir como el de agotar la primera edición. Sus negociaciones con un escritor para otro proyecto estaban llegando al punto donde las dos partes no iban a ceder más y todavía estaban lejos de una zona de acuerdo posible. Si ese autor no quiere volver a pasar por una negociación así y decide apostar a la autoedición, ¿somos realistas diciéndole que va a tener pérdidas o que no se va a hacer ni rico ni famoso? ¿Iba a serlo teniendo que ceder porcentajes de regalías y monto de anticipos a nombre de que su libro sea publicado por una editorial?

Esos montos no están dejando satisfechos a muchos autores, especialmente a autores de renombre, que se venden solos, que tienen una base de seguidores y fanáticos que garantizan el agotamiento de tirajes y la rentabilidad de las descargas antes de que el libro esté disponible. Por eso, a autores como Godin, Hawking y Casciari les va tan bien en la autoedición. No dependen de que la gente lea sus libros o revistas para que estos sean un éxito porque ya son una marca. No muchos autores que acuden al camino de la autoedición pueden decir lo mismo. No son pocos los que ya autoeditándose no pueden decirlo. Tan pocos hay, que los ejemplos de lo rentable que puede ser la autoedición siempre son los mismos: Godin, Hawking, la revista de Casciari.

El problema no es tener una audiencia del tamaño de Godin o de Hawking, sino conocer cuál es el tamaño de tu audiencia. El método Casciari fue particularmente bueno para descubrir cuántas personas estaban dispuestas a adquirir una revista que no conocían salvo por el hecho de que seguían con devoción a su creador y promotor. Es manido desestimar el libro de un autor diciendo que lo leyó su mamá, su pareja y su peor enemigo-- este último para tener material con qué atacarlo más tarde--, pero incluso ese libro puede ser considerado un éxito de lectoría si el autor sabía que no iba a tener más lectores que esos.

Temperar las expectativas, ponerle escalas, no confundir un nicho o un mercado con la posible lectoría de un libro. Los adolescentes del mundo pueden estar obsesionados con los vampiros, pero un libro de vampiros primero tendrá que superar la prueba de la audiencia del autor para alcanzar a otras. Conociendo o proyectando el tamaño de ese público que se conoce porque lo conoce a uno, es que se pueden hacer esfuerzos, gastos e inversiones de publicación con posibilidades de ser rentables. Con ese conocimiento o proyección de los lectores, es que se pueden correr riesgos que tengan sentido para alcanzar nuevos públicos. Y el número de lectores a los que el libro llegó respecto al tamaño de la audiencia, es lo que al final determinará el éxito de una experiencia de autoedición. ¿Cuál es el tamaño aproximado de tu audiencia? Si no eres capaz de contestar esa pregunta, no estás listo para la autoedición.

22 de febrero de 2011

La calidad del libro autoeditado

Es muy frecuente ver la autopublicación desde una posición maniquea: por un lado, los autores que acuden a la autopublicación serían aficionados que de otra manera jamás habrían visto sus libros en imprenta, y por el otro, las editoriales son las únicas que pueden garantizar la calidad de un libro. Como suele pasar con las visiones maniqueas, pensar en la autopublicación únicamente desde estas dos coordenadas deja por fuera muchas posibilidades, más aún en una época donde el negocio editorial está sometido a poderosas fuerzas de cambio.

El conocimiento editorial, por ejemplo, se ha expandido por la mismísima razón que el mundo de los libros ha crecido hasta niveles que no sabemos si son sostenibles. Al menos no para mantener a todos los que en un momento dado son y han sido parte de ese mundo. Escritores que ya han dejado de publicar, correctores a destajo, diseñadores freelance, publicistas y periodistas que hacen comunicaciones integrales, son los soldados caídos de esa sobreabundancia de ediciones que llenan y llenaron anaqueles. Ese ejército está ahí afuera, ofreciendo servicios, realizando sus propios proyectos, compartiendo sus experticias, poniendo a disposición saberes y herramientas que muchas veces obtuvieron en editoriales pero que también le brindan a editoriales, porque las editoriales son los primeros clientes de muchos de estos trabajadores a tiempo no convencional. El conocimiento de cómo se hace y se vende un libro hace mucho tiempo que no es exclusivo de las editoriales. Como consecuencia, la calidad de un libro no se consigue únicamente en lo que las editoriales ofrecen.

Entre editoriales y autopublicación no hay un espacio vacío, todo lo contrario; editoriales independientes, fondos editoriales, organismos públicos, proyectos institucionales y corporativos, revistas, talleres y peñas conforman un entramado de posibilidades y de relaciones que vuelven muchas veces muy sutil la diferencia entre lo que es autopublicado y lo que no. La lucha de los individuos por ganar independencia --ejecutiva, creativa, financiera-- de corporaciones y negocios dominantes, no es exclusiva del mundo editorial ni de estos tiempos. Por ello, intentos de ir hacia modelos de publicación donde un grupo de personas más pequeño, más homogéneo, más conocido tenga el control de las decisiones, han existido desde siempre. Hoy, esas experiencias editoriales se tutean con las editoriales establecidas, y no son pocas las veces que ofrecen libros de mayor calidad, de mayor gusto, de mayor riesgo. Por si fuera poco, la tecnología disponible hace más sencillo llevar adelante una publicación en grupo, o en solitario.

En la actualidad, el conocimiento y las herramientas para controlar el proceso de hacer y vender un libro están al alcance de la mano. Un escritor puede no solo escribir un libro, también puede corregirlo, diseñarlo, publicarlo y venderlo desde su computadora, haciendo algunas etapas sin ayuda, en otras contando con gente que lo asesore, lo asista o simplemente le entregue el resultado. Pero ese proceso no sería realmente novedoso si dejamos de lado un nuevo factor: el cambio que se está dando en las audiencias.

Una de las cosas que se dice de los libros autopublicados es que no suelen pasar por un riguroso proceso de edición, pues un escritor por lo general no es el mejor para juzgar si su propio libro vale la pena que sea publicado o no. Es ahí donde una editorial sería supuestamente indispensable, olvidando a ese ejército de personas que mencioné arriba, pero sobre todo olvidando el papel que ahora juega el público en todo esto.

Cada vez más es la audiencia, los lectores que un escritor tiene, quien determina si se está frente a un autor que vale la pena ser leído o no. Las personas leen a un escritor de muchas maneras, directamente, contextualizándolo, comparándolo, juzgándolo, compartiéndolo, pero sobre todo acompañándolo. El mundo editorial se ha fragmentado tanto, alcanzar a un grupo en específico es tan complejo, que son muchas las editoriales que le piden al autor que van a publicar que ya tenga una red propia de lectores y de lectores potenciales donde promocionarse. El autor que decide autopublicarse puede contar o cuenta con su propia red, con su audiencia, y es ella la que decide si le dará la oportunidad o no al libro autopublicado. Si una persona conoce al autor, si lo ha acompañado, muy probablemente ni siquiera se preguntará si el libro es autopublicado o no, después de todo ya le había otorgado su propio aval al autor a quien lee con frecuencia.

El autor que ha cultivado un público, tiene muchas probabilidades de tener éxito al publicar su libro --éxito medido según la escala que tenga su audiencia--, bien con una editorial, bien con una de esas figuras intermedias, bien autopublicado. Si es un libro autopublicado, hoy por hoy puede tener tanta o mayor calidad que el libro que sale de una editorial; también, por supuesto, puede tener menor calidad. Pero pensar todavía que la única opción real de encontrar calidad en un libro está en lo publicado en una editorial, es simplemente un anacronismo. Como también lo es creer que un libro tiene menor calidad por el hecho de haber sido autopublicado por su autor.

20 de febrero de 2011

Todos somos superhéroes



El plan de Síndrome en Los Increíbles era sencillo: darle a todo el mundo herramientas de superhéroe para que así nadie fuera realmente un superhéroe. Pero en un mundo así, es precisamente donde más se necesitan verdaderos superhéroes. Aunque en la película Síndrome no logra llevar a cabo su plan, quizás de haber tenido éxito tarde o temprano se habría dado cuenta de su error, porque Mr. Increíble y su familia habrían sido más indispensables que antes.
Los social media están haciendo lo que Síndrome quería, poner a nuestro alcance nuevas herramientas y ahora todos somos comentaristas, entertainers, periodistas, críticos, escritores, artistas, activistas sociales. En un mundo así es cuando más se necesitan verdaderos comentaristas, periodistas, entertainers, críticos, escritores, artistas y activistas sociales. Pero la pregunta importante es quién determina si se está frente a un verdadero escritor o activista social. Es la parte que no vimos en Los Increíbles.
El tener las herramientas a mano no significa darles uso. No todos vemos tan claros los superpoderes y su utilidad. Hoy, todavía mucha gente dice que no entiende cómo se puede perder tanto tiempo en la nadería de Facebook. Allá quienes usen Facebook para naderías. Hay gente que se ufana de haber entrado en Twitter y no haber entendido cuál era la bulla con el asunto. Si no entiendes Twitter muy probablemente no valga la pena explicártelo. Muchos abrieron blogs y casi de inmediato los dejaron abandonados. Quién sabe a cuántas personas hubieran podido llegar.
Los verdaderos comentaristas, periodistas, entertainers, críticos, escritores, artistas o activistas sociales están siendo reconocidos por sus audiencias, no importa el tamaño de las mismas. Lo que importa es que esas audiencias están recibiendo nuevos contenidos, nuevas creaciones y nuevas informaciones desde lugares y fuentes que antes eran impensables. Todos somos superhéroes, y los verdaderos superhéroes son cada día más importantes.

15 de febrero de 2011

¿Por qué no hay buenas películas de fútbol?




No me gusta el fútbol americano. Y sin embargo, puedo enumerar varias películas y series que me gustan bastante donde el fútbol americano es el centro de la trama y la acción. Mi película deportiva favorita quizás sea Remember the Titans, donde Denzel Washington tiene que dirigir a un equipo colegial recién obligado a integrar negros y blancos en sus filas.

Soy, por otra parte, muy fanático del béisbol, pero las películas de béisbol no suelen ser muy acertadas. De hecho, quizás la que más me gusta no sea una película completa de béisbol sino una secuencia, el partido de béisbol en Naked Gun, donde Frank, el personaje del recientemente fallecido Leslie Nielsen, se hace pasar por el umpire de un juego de Grandes Ligas para descubrir al potencial asesino de la Reina de Inglaterra.

A pesar de que el fútbol me gusta tanto como el béisbol, no soy capaz de recordar algún momento cinematográfico realmente memorable donde ese deporte sea protagónico. La explicación más sencilla quizás sea que como en Estados Unidos el soccer todavía no es muy popular, entonces Hollywood no se ha visto en necesidad de producir la gran película sobre el deporte rey. Entonces, ¿dónde está la gran película inglesa sobre el fútbol? Espero que no sea Bend it like Beckham. ¿Y la española? ¿La italiana? ¿La argentina? ¿La brasileña? Hay una película chilena que yo no he logrado ver, Historias de fútbol, que al parecer es muy buena, pero el que mencionemos esta o aquella solo cuentan como excepciones de la gran regla: el fútbol no se lleva bien con el cine.

Quizás la clave para descubrir el por qué de esa pobre relación cine-fútbol, esté en prestarle atención precisamente al fútbol americano. El fútbol americano es un deporte bastante cinematográfico, con sus jugadas con claro comienzo y final, como si de escenas se tratara. Cada reunión del quarterback con su equipo, el conteo, la puesta en movimiento del balón y la ejecución de la jugada, con su final fallido o acertado, es toda una estructura dramática en sí misma, con presentación, nudo y desenlace, y por ello se le da bien el fútbol americano a los guionistas.

Pero los juegos de fútbol, con su pitazo inicial, su entretiempo 45 minutos después y luego de 15 los 45 minutos finales, no son fáciles de manejar para los guionistas, que tienen que darle tensión narrativa a lo que sucede en el terreno. Recientemente, el Newcastle logró empatar con el Arsenal 4-4 luego de ir perdiendo 4-0 al final del primer tiempo. Esa fue la primera vez que un equipo en la Premier League lograba tal hazaña, pero eso fue exactamente lo que hizo el equipo de los presos aliados contra el equipo del ejército nazi en la película Escape to Victory. A mí siempre me pareció ese juego demasiado falso, y no tenía nada que ver con que Sylvester Stallone fuera el arquero de los aliados. La manera como cambió el partido nunca me resultó creíble, ni siquiera por el hecho de que los jugadores renunciaron a la libertad a cambio de intentar ganar en el segundo tiempo. Quizás si ahora veo el partido del Newcastle primero y vuelvo a ver Fuga a la victoria, como la conocí de niño, tal vez pueda creerme un poco más lo que sucedió en la cancha cinematográfica.

En la reciente película venezolana Hermano, los partidos de semifinal y final se vuelven poco convincentes porque son exactamente iguales: remontadas de último minuto. Que suceda una vez, bien, pero que el primer juego haya sido una remontada le quitó toda la tensión dramática al segundo partido. Pero me pongo en el lugar de los guionistas: ¿Habían otras posibilidades?

Muchos son los partidos que terminan con un equipo simplemente dejando que transcurran los minutos que faltan para el pitazo final. Quién quiere ver eso en el cine. Otros, donde el gol, aunque sea uno, simplemente derrumba al equipo que lo recibe a tal punto que acaba la historia del juego. No muy cinematográfico. Son muchos los que terminan en empate y si se trata de juegos donde tiene que haber un ganador, entonces van a penalties. Una decisión por penalties no parece buen lugar para héroes cinematográficos, ni siquiera si se es el encargado de lanzar el definitivo, porque la decisión por penalties es el resultado del "no pudimos y ahora vamos a intentar algo distinto", qué héroe hace semejante cosa.

El deporte en general es complicado de manejar en la pantalla. El principal riesgo que se corre es el de la caricatura, como sucede en The Natural y su ridículo final con las luces estallando debido al cuadrangular. Pero en el fútbol de película, habría que intentar algo, incluso un tanto de caricatura; después de todo, muchos consideran a Shaolin Soccer una de las mejores películas que se han hecho sobre el deporte rey.

Quizás también te interese El viaje al pasado como condena en las películas o tal vez quieras revisar las entradas más recientes del blog.

9 de febrero de 2011

4 de febrero de 2011

No uno, cien blogs

A raíz de los cinco años recientemente cumplidos por la Pulga, estuve reflexionando e hice varias entradas sobre la pertinencia o no de tener un blog cuando mucha gente cree que a estas alturas ello no vale la pena. Quien leyó las entradas del mes pasado, sabe cuál es mi respuesta, y quienes no la saben aquí les va: bloguea, abre tus blogs, mantén los que ya tienes, luego existes. Pero semejante seguridad está acompañada por la sensación de que cada día me cuesta más mantener la Pulga actualizada. ¿Otro caso de cuchillo de palo en casa de herrero? Quizás. Quizás simplemente ya estoy cansado de mantener el sitio, quizás incluso los sitios personales y sin definición clara, como la Pulga, caducan. O quizás todos estos problemas se deben precisamente a la poca definición de la Pulga.
Mis otros blogs son si se quiere de nicho. Clones es una vaca lechera, tengo mi archivo de canciones y cuando llega el día de actualizar busco la canción que estoy más de ánimo para hablar de ella. La Cueva va no a mi ritmo sino al ritmo de la temporada de béisbol. La Oficina, que debería ocasionarme algún estrés debido a que en ella me impongo una reseña diaria y una actualización principal al mes, no me genera mayores problemas precisamente por el estricto calendario. Pero la Pulga. Con la Pulga pasan los días y no sé qué va a venir. Y de pronto, algo llega. A veces sin sudor ni lágrimas, a veces...
Mientras más pienso en ello más me convenzo de que la clave es definir nichos de interés. Yo abrí la Cueva porque me gusta el béisbol, vivo cerca del estadio de los Cubs y hay muy pocos blogs en español dedicados específicamente a equipos de Grandes Ligas. Abrí Clones no porque me gusta la música, sino porque me gusta comparar grabaciones de la misma canción realizadas por distintos artistas. Abrí la Oficina para tener un sitio donde mostrar mi trabajo literario, entendiendo que la literatura se hace no solo con lo que se escribe sino en gran medida con lo que se lee. Todas esas cosas, todos esos temas estaban de alguna manera en la Pulga, pero el tiempo me fue diciendo que tenía que separar las aguas. Y fue la movida correcta. Aunque cuando tengo que actualizar la Pulga ello se me convierta en un problema. Pero la Pulga sigue, sin definición y sin objetivo claro, y por eso es una bitácora personal.
Así, si me vuelves a preguntar si creo conveniente que abras un blog, mi respuesta es guerrillera: No uno, cien blogs.

1 de febrero de 2011

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