Es muy frecuente ver la autopublicación desde una posición maniquea: por un lado, los autores que acuden a la autopublicación serían aficionados que de otra manera jamás habrían visto sus libros en imprenta, y por el otro, las editoriales son las únicas que pueden garantizar la calidad de un libro. Como suele pasar con las visiones maniqueas, pensar en la autopublicación únicamente desde estas dos coordenadas deja por fuera muchas posibilidades, más aún en una época donde el negocio editorial está sometido a poderosas fuerzas de cambio.
El conocimiento editorial, por ejemplo, se ha expandido por la mismísima razón que el mundo de los libros ha crecido hasta niveles que no sabemos si son sostenibles. Al menos no para mantener a todos los que en un momento dado son y han sido parte de ese mundo. Escritores que ya han dejado de publicar, correctores a destajo, diseñadores freelance, publicistas y periodistas que hacen comunicaciones integrales, son los soldados caídos de esa sobreabundancia de ediciones que llenan y llenaron anaqueles. Ese ejército está ahí afuera, ofreciendo servicios, realizando sus propios proyectos, compartiendo sus experticias, poniendo a disposición saberes y herramientas que muchas veces obtuvieron en editoriales pero que también le brindan a editoriales, porque las editoriales son los primeros clientes de muchos de estos trabajadores a tiempo no convencional. El conocimiento de cómo se hace y se vende un libro hace mucho tiempo que no es exclusivo de las editoriales. Como consecuencia, la calidad de un libro no se consigue únicamente en lo que las editoriales ofrecen.
Entre editoriales y autopublicación no hay un espacio vacío, todo lo contrario; editoriales independientes, fondos editoriales, organismos públicos, proyectos institucionales y corporativos, revistas, talleres y peñas conforman un entramado de posibilidades y de relaciones que vuelven muchas veces muy sutil la diferencia entre lo que es autopublicado y lo que no. La lucha de los individuos por ganar independencia --ejecutiva, creativa, financiera-- de corporaciones y negocios dominantes, no es exclusiva del mundo editorial ni de estos tiempos. Por ello, intentos de ir hacia modelos de publicación donde un grupo de personas más pequeño, más homogéneo, más conocido tenga el control de las decisiones, han existido desde siempre. Hoy, esas experiencias editoriales se tutean con las editoriales establecidas, y no son pocas las veces que ofrecen libros de mayor calidad, de mayor gusto, de mayor riesgo. Por si fuera poco, la tecnología disponible hace más sencillo llevar adelante una publicación en grupo, o en solitario.
En la actualidad, el conocimiento y las herramientas para controlar el proceso de hacer y vender un libro están al alcance de la mano. Un escritor puede no solo escribir un libro, también puede corregirlo, diseñarlo, publicarlo y venderlo desde su computadora, haciendo algunas etapas sin ayuda, en otras contando con gente que lo asesore, lo asista o simplemente le entregue el resultado. Pero ese proceso no sería realmente novedoso si dejamos de lado un nuevo factor: el cambio que se está dando en las audiencias.
Una de las cosas que se dice de los libros autopublicados es que no suelen pasar por un riguroso proceso de edición, pues un escritor por lo general no es el mejor para juzgar si su propio libro vale la pena que sea publicado o no. Es ahí donde una editorial sería supuestamente indispensable, olvidando a ese ejército de personas que mencioné arriba, pero sobre todo olvidando el papel que ahora juega el público en todo esto.
Cada vez más es la audiencia, los lectores que un escritor tiene, quien determina si se está frente a un autor que vale la pena ser leído o no. Las personas leen a un escritor de muchas maneras, directamente, contextualizándolo, comparándolo, juzgándolo, compartiéndolo, pero sobre todo acompañándolo. El mundo editorial se ha fragmentado tanto, alcanzar a un grupo en específico es tan complejo, que son muchas las editoriales que le piden al autor que van a publicar que ya tenga una red propia de lectores y de lectores potenciales donde promocionarse. El autor que decide autopublicarse puede contar o cuenta con su propia red, con su audiencia, y es ella la que decide si le dará la oportunidad o no al libro autopublicado. Si una persona conoce al autor, si lo ha acompañado, muy probablemente ni siquiera se preguntará si el libro es autopublicado o no, después de todo ya le había otorgado su propio aval al autor a quien lee con frecuencia.
El autor que ha cultivado un público, tiene muchas probabilidades de tener éxito al publicar su libro --éxito medido según la escala que tenga su audiencia--, bien con una editorial, bien con una de esas figuras intermedias, bien autopublicado. Si es un libro autopublicado, hoy por hoy puede tener tanta o mayor calidad que el libro que sale de una editorial; también, por supuesto, puede tener menor calidad. Pero pensar todavía que la única opción real de encontrar calidad en un libro está en lo publicado en una editorial, es simplemente un anacronismo. Como también lo es creer que un libro tiene menor calidad por el hecho de haber sido autopublicado por su autor.
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