De todas las razones para estudiar en Harvard o en cualquiera de las universidades más prestigiosas del mundo, la más triste es pensar que al final se obtendrá un papelito, como si todo se redujera al trámite burocrático. De hecho, esa reducción a mero trámite es en buena medida lo que produjo la explosión de estudios universitarios y cursos de posgrado de toda índole, con los que la gente acumula credenciales para poderlas presentar en una oficina de RRHH. Algunas credenciales tienen más peso que otras, qué duda cabe, pero eso está en el papelito, no en la persona que lo presenta. Y cuando se gastan miles de dólares y se tienen deudas impagables para obtenerlo, no parece justo que pidan algo más que el papelito. Sin embargo, en estos tiempos donde hay abundancia de todo, en especial de papelitos, para destacar hay que actuar precisamente como si el papelito no importara. Porque de hecho, lo que siempre ha importado es la persona. No sólo el éxito profesional sino la satisfacción personal están en ser capaces de contar nuestra historia sin convertirla en una lista de credenciales. No en balde, Harvard y las demás universidades de prestigio hacen mucho punto en presumir de sus egresados con nombre propio. Son esos egresados los que le dan prestigio a Harvard y no al revés.
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