La luz cambió a rojo y comencé a frenar. Apenas me detuve, el harapiento bufón se paró frente al carro. Con maneras más hambrientas que artísticas me mostró sus manos, nada por aquí, nada por allá. Sacó de sus bolsillos cuatro pequeñas esferas, les prendió fuego y las lanzó al aire. Las bolas de fuego saltaban de sus manos de amianto una y otra vez, sin parar, sin caer nunca, más y más rápido, el fuego cada vez más intenso, más caliente, era como ver cuatro cometas viajando en la misma órbita, cada uno persiguiendo la estela de luz del otro hasta que lograron morderse las colas creando un aro perfecto que encerró el infinito. Dentro del aro vi la luz verde. Fui tras ella, hundiendo hasta el fondo el acelerador.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario