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1 de agosto de 2006

Olfato periodístico

Enamórate de la mujer, no de la periodista, dijo, enigmática, cuando supo oler en mi deseo una turbulenta corriente de confusiones. Luego, sin más, se fue, se fue y no volvió, se alejó de mí como siempre terminan alejándose aquellos quienes nos aprecian pero que no pueden corresponder nuestros sentimientos. Lo triste es que no me di cuenta de que se había ido. Cómo iba a darme cuenta si ella me acompañaba en todos los desayunos; entre el café y la ida al trabajo me dibujaba un mundo no perfecto, más bien un mundo lleno de terribles males pero del que quería participar, del que participaba con ella, junto a ella. Cómo iba a darme cuenta si también me acompañaba en las noches; me hablaba en la cama, justo antes de apagar la luz, contándome cómo había sido el día, un día siempre escandaloso pero que había valido la pena porque ella estaba ahí narrándolo, explicándolo, interpretándolo. Y si alguien me preguntaba por ella, yo le respondía está muy bien, trabajando mucho, ayer cubrió una huelga de hambre en la cárcel de Tocorón y antes de ayer hizo un reportaje sobre niños que necesitan trasplantes de órganos; lo decía como si ella me lo hubiera dicho, como si ella misma me mantuviera al tanto, lo decía como si en el decirlo estuviera la prueba de que ella era una mujer especial, una mujer con la que valía la pena compartirlo todo, con la que de hecho compartía la vida aunque en su ausencia.
Supe que nunca tuve a la mujer cuando también perdí a la periodista. Una mañana no estuvo presente a la hora del desayuno, tampoco vino en la noche, la esperé una larga semana, llamé al periódico y al canal y me informaron que ella ya no trabajaba en ninguno de los dos lugares; y cuando intentaba llamarla por teléfono recibía por respuesta el odioso pitido o la voz electrónica de la equivocación. Pronto caí en cuenta de todo el tiempo que había pasado desde la última vez que realmente hablamos, justo la vez en que ella entendió que mi fascinación era por la periodista y no por la mujer.
Sin duda, su olfato periodístico le dijo por donde iba mi historia. Lo único que le reprocho es que haya dejado el oficio, aparentemente para dedicarse a criar un hijo que pronto fueron dos. Con su renuncia, perdí una manera única e inusual de contar y entender la realidad, una realidad que solía serme del todo ajena y que pasaba a formar parte de mí de una manera vívida e indispensable. Desde que la perdí, sé que un pedazo importante de lo que seré no llegará a mí porque ella ya no está para entregármelo en el desayuno o justo antes de apagar la luz.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Wow… como uno no se da cuenta de las despedidas, no?

Pero al menos, está en palabras, así debe ser más fácil entenderla.

(De pasada por aquí)

Luis Alejandro Ordóñez dijo...

Ey, jamsg, gracias por pasar por aquí. Tu comentario me puso a pensar sobre nuevas posibilidades para ése y otros textos, muchas gracias.

ferpax dijo...

hola, hago un reportaje sobre olfato periodístico y esto que encuentro es diferente y renovador para mi investigación.
muy bonito, gracias!

Luis Alejandro Ordóñez dijo...

Ferpax, qué bueno que te hay gustado y que te haya traído un paréntesis en tu búsqueda. Muchos saludos