Recientemente, el presidente Chávez confesó, no sin cierto dolor, que estaba convencido de que su muerte significaría el inmediato fin de la revolución venezolana.
Debido al evidente sobrepeso y la frecuente hinchazón; sumado a la posibilidad de que sufra o haya sufrido del efecto jet-lag o de alguna consecuencia por los constantes cambios de huso horario; y tomando en cuenta los rumores sobre sus costumbres: trasnochos y noches en vela, estallidos de rabia muy fuertes, consumo en gran cantidad de café y cigarrillos; se puede decir que el presidente Chávez podría no tener una buena salud.
Si el cuerpo llegara a pasarle alguna factura al Presidente, no se estaría poniendo en riesgo solamente su vida, sino la de la revolución bolivariana socialista bonita.
Así, en el mismísimo corazón del presidente Chávez podría estar latiendo la conspiración y la contrarrevolución. El Presidente, no por hipocondría sino por responsabilidad histórica, está obligado a no perder de vista la más leve tos, el menor atisbo de dolor, una simple uña encarnada, so pena de que un síntoma desestimado, una despreocupación, una segunda opinión demasiado condescendiente, lo vuelvan a él mismo cómplice de que el viento se lleve consigo la revolución. Definitivamente, no me gustaría estar en su chaleco antibalas.
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