El candidato soy yo, de Benjamín Rausseo, más conocido como Er Conde del Guácharo, tiene para mí tres cosas que destacar. La primera, que fue escrito por Benjamín y no por Er Conde, por lo que aquellos que se acerquen al libro buscando los burlescos entretelones de una campaña electoral no encontrarán sino breves destellos de humor. Porque Benjamín se toma muy en serio a sí mismo, tanto que el libro comienza intentando vendernos la idea de que el origen de las aspiraciones presidenciales de Rausseo estuvo en una experiencia de vida y muerte, que se trató de una predestinación.
Pero Rausseo se encarga de desdecirse, porque un par de capítulos más adelante, nos enteramos de la verdadera razón de su carrera por la presidencia de Venezuela: Unos amigos empresarios lo llamaron, le dijeron que él podía ser candidato porque con su perfil competiría con Hugo Chávez en el fervor popular y le ofrecieron "ponerle todo".
Y ése es el segundo aspecto interesante: El falso dilema que vive el candidato Rausseo entre mantener cierta independencia y rendirle pleitesía a quienes le ofrecieron "ponerle todo". El dilema es falso porque no existe esa independencia y Rausseo pasó buena parte de su campaña juzgando la lealtad de quienes lo rodean mientras les preguntaba por el verdadero significado de una campaña electoral con todo puesto, quejándose porque el dinero prometido no llegaba o la agenda que le cuadraron no funcionaba. La única independencia que al final pudo reivindicar Rausseo fue la de renunciar a su candidatura sin apoyar alguna de las dos opciones principales en las elecciones de 2006, a pesar de que, según narra, lo presionaron desde ambos bandos y desde su entorno para que así lo hiciera.
El tercer aspecto que vale la pena destacar: El papel que Rausseo le da a los medios. En algún momento el comediante aprende que alboroto mediático no es igual a popularidad. Sin embargo, no llega a aprender que cobertura mediática tampoco es apoyo. Rausseo dice que recibió mucho apoyo de periodistas, de camarógrafos y fotógrafos que lo acompañaban a todas partes, para luego, cuando ya todo estaba perdido, criticar esa cobertura mediática porque él divulgaba mejor sus ideas y agenda a través de su página web y porque los periodistas pretendían orientar al público creyendo que su influencia en los procesos electorales es mayor de lo que es en realidad. La postura de Rausseo da pistas para abordar el conflicto permanente entre los medios y la política. Mientras hay cobertura simple y llana los medios son aliados, cuando hay análisis y contextualización los medios abusan y mejor es utilizar mecanismos controlados de difusión, incluyendo el mecanismo de controlar al medio que analiza y contextualiza.
De resto, el libro es un testimonio superficial de alguien que quiere hacerse pasar por inocente. Para Rausseo, las razones del fracaso de su aventura política están en que la gente que le ofreció apoyo al final no se lo dio, que los reales que le ofrecieron nunca llegaron, que el partido que le montaron a su alrededor no le fue leal, que sin dinero y sin maquinaria no pudo hacer campaña con todas las de la ley, que su entorno lo traicionó pidiéndole que renunciara en nombre de otros, que no lo tomaron en serio porque la gente no supo separar al personaje del empresario, al comediante del candidato, y que le hicieron guerra sucia para confundir al electorado.
El electorado, siempre tan listo para confundirse y equivocarse cuando no favorece a la opción propia.
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