¿Cuántos años tenía cuando vi por primera vez
La Guerra de las Galaxias? ¿Cinco, seis? Máximo siete. Treinta años después
La Guerra de las Galaxias sigue siendo referencia principal de los niños de cinco, seis y siete años, pero también de once, doce, trece, o de diecisiete, dieciocho y diecinueve, quizás no sea referencia solo de alguna generación que creció entre el momento que la primera trilogía ya lucía excesivamente añeja y la llegada de la nueva trilogía.
Hace un par de días le compré a mis sobrinos los cómics
Blood Ties, que narran en cuatro fascículos (el último a salir a finales de noviembre) la vida de Boba Fett. Se los compré, porque como tantos otros iguales que yo, Boba Fett siempre fue mi personaje favorito de
La Guerra de las Galaxias (a pesar de que su presencia e importancia en la primera saga fue bastante marginal) y porque mis sobrinos, de 12 y 9 años respectivamente, son fanáticos de
Clone Wars, historia donde Boba Fett y su padre, Jango Fett, tienen una importancia vital, por ser el ADN de Jango el que sirviera de base al ejército de clones.
En pocas cosas o temas tengo la posibilidad de hablar de tú a tú con mis sobrinos de la manera que
La Guerra de las Galaxias, los
Episodios y
Clone Wars me lo permiten. Me quito el sombrero ante eso.
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