Ayer escribí una entrada sobre escritores ficticios que habitan las páginas que he leído. La escribí de memoria, pensando en títulos y personajes y acudiendo a Internet cuando no recordaba el nombre exacto de alguno. Lo hice así, porque mi biblioteca está en Caracas y yo en Chicago. Quizás algún día volvamos a reunirnos.
El ritmo de los tiempos
Todos lo hemos entendido respecto a la música: Con los nuevos formatos no ganamos en calidad de sonido. De hecho, los que buscan calidad de sonido no abandonaron o han regresado al vinil, al viejo disco de pasta que lucía tan obsoleto a comienzos de los 90 y que hoy por hoy es sinónimo de gente que está buscando algo más en la música. Por eso, las ediciones actuales en vinil suelen venir con temas y arte especiales, sólo disponibles en ese formato. Hoy por hoy, el disco de pasta es formato no de trasnochados sino de entendidos.
Sin embargo, el vinil es cosa sólo de coleccionistas, de DJs y de grandes melómanos, una minoría que no está dispuesta a sacrificar la calidad de la música, esa capacidad del LP de recoger hasta el más mínimo murmullo de un cantante sobre el micrófono o la más sutil caricia de un baterista a su instrumento, esa manera de convertir el sonido de una grabación en la luz de una vela, un espectáculo único e irrepetible debido a la forma en que la aguja del tocadiscos recorre los surcos del disco al ritmo de su propia respiración mientras convierte el lugar donde suena en el centro del mundo. El escuchar música en discos de vinil es una experiencia de cuerpo completo. Desde escoger el disco hasta cambiarlo de lado, oler el tiempo que lleva sin ser reproducido, sentir el polvo o la estática que pudieran dañar la reproducción, sostener la carátula o ponerla en un lugar donde no se dañe, el LP exige un tipo de atención que la mayoría de nosotros ya no le dedicamos a la música.
Para la mayoría basta con el shuffle de un reproductor digital y mientras más canciones haya en la memoria del aparato mejor, porque así hay que pensar menos en la siguiente. La música digital responde al ritmo de los tiempos. Disponible en todo momento para gente que vive de aquí para allá, que pasa la mayor parte de su día en el trabajo, yendo al trabajo y viniendo del trabajo, que usa la música como compañera de viaje. No es que quien tenga un iPod disfrute o le guste menos la música que aquellos que rinden culto al LP, simplemente la pueden disfrutar de una manera que el LP no permite, quizás de una manera más integrada con su vida cotidiana.
Las bibliotecas personales y el ritmo de los tiempos
En otra oportunidad sostuve que el libro se parece al LP; creo que no desaparecerá como objeto y recibirá una atención especial de muchos cultores. Por ello, tendrá un mercado lo suficientemente devoto como para que a pesar de la caída de grandes librerías y de la más que probable sustitución del Kindle y del iPad por la próxima-gran-cosa-nueva, veamos librerías dedicadas al placer de la lectura en libro mantenerse pequeñas pero sólidas, así como se mantienen discotiendas de LP a pesar de la caída de los grandes almacenes de discos y de la constante aparición de nuevos formatos desde la llegada del CD hasta hoy. Pero no sólo el mercado y las nuevas tecnologías están presionando por la adopción masiva de dispositivos de lectura digital, también el ritmo de los tiempos clama por ello.
Los más grandes defensores del libro de papel son ávidos lectores, lectores de esos que tienen su sillón especial, que comienzan la lectura desde la forma en que recorren los anaqueles de una librería, que se detienen en la portada y que disfrutan de la textura del papel, lectores que se sumergen tanto en un libro que lo convierten en parte de sí y son capaces de hablar de sus situaciones, de sus pasajes, de sus frases e ideas, de sus personajes como si los conocieran, como si ellos mismos hubieran sentido o vivido lo que las páginas del libro narra, y de alguna forma fue así porque leer siempre es vivir un poco lo leído. Pero no hace falta decirlo, ya no quedan muchas lecturas así. Digo lecturas y no lectores porque incluso quienes leen así no pueden hacerlo con la frecuencia que quisieran, atrapados en la misma vorágine que es la vida cotidiana de la mayoría. Así como los que escuchan música en LP también tienen reproductores digitales portátiles para tener su música siempre de compañía, tarde o temprano los lectores más ávidos serán quienes tengan siempre consigo su dispositivo de lectura digital para poder leer en todo momento y también para añorar el libro que los espera en su rincón especial.
De la conveniencia
Se insiste poco en la conveniencia de la biblioteca digital porque muchos la comparan con el iPod. No resulta tan obvia la ventaja de tener todos los libros disponibles en el trayecto de la casa al trabajo, como sí resulta obvia la ventaja de tener toda la música al alcance en cualquier momento. Pero la movilidad de los tiempos que corren no se expresa sólo en esos trayectos diarios. La importancia de la disponibilidad de una biblioteca se vive, y se sufre, cuando se está en Chicago queriendo escribir una entrada de blog sobre algunas lecturas predilectas y la biblioteca personal está en Caracas. Nunca como ayer deseé tanto tener mi dispositivo de lectura digital a mano.
Catedráticos que viajan a un congreso con toda su biblioteca disponible; estudiantes que inician postgrado en otra ciudad o país y que llevan todos sus libros y apuntes bajo el brazo; estudiantes de bachillerato y primaria que para hacer las tareas el fin de semana que les toca quedarse con el papá no tienen sino que cargar con un liviano dispositivo de lectura. Todos esos usos irán haciendo imprescindible la biblioteca digital personal. Algunos cultivarán la otra biblioteca, la de libros físicos; otros serán devotos de su biblioteca digital de una manera que hoy muchos piensan sólo posible para el libro en papel; pero la mayoría acumularán títulos que permanecerán olvidados en sus dispositivos de lectura hasta que necesiten espacio para otros nuevos o que ni siquiera recordarán que estaban ahí cuando cambien o actualicen el dispositivo.
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