Él, que se sabía en todas las cosas, no pudo sino menospreciar a los que empeñados en buscarlo en un solo lugar se embarcaron en la más fútil de las empresas. Por eso no vio hazaña en que los hombres utilizaran el entendimiento común para el beneficio de todos. Interfiriendo para que tal cosa fuera irrepetible, pensó que así no podrían volver a convertir la estupidez en verdad. Pero lejos de abandonar la empresa la empezaron tantas veces como diferencias fueron creadas entre ellos y hasta el sol de hoy la siguen realizando, incapaces ya de imaginar a Dios en el horizonte. Derrotado, abandonó todas las cosas y se concentró en el lugar que los hombres habían escogido para Él. Desde entonces, se contenta con asistir al mundo como espectador, y a pesar de que disfruta de la miseria humana no deja de añorar aquellos tiempos en que podía estirar la mano y cambiar el curso de los hechos a su antojo.
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