Salvo que se trate de uno de esos bibliófilos, o quizás bibliomaníacos, cuyas bibliotecas crecen indetenibles como la hierba mala, las bibliotecas personales pueden ser leídas como el tronco de un árbol: los anillos de libros nos dicen los distintos periodos por los que pasaron sus dueños, las etapas de rápida adquisición de nuevos ejemplares, los momentos de estancamiento, la época en que la biblioteca cesó por completo su crecimiento y adquirió su forma final y definitiva. Pero a diferencia de los árboles, los aros de la biblioteca no están fijos, se presentan discontinuos a los ojos de quien los explora, obligándolo a armar una especie de rompecabezas concéntrico que una vez completado mostrará no la historia de la biblioteca sino de su dueño.
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