Los abstencionistas son importantes. Pero tienen una importancia si se quiere desdibujada. Por ejemplo, en una encuesta electoral, que son las encuestas que se realizan en tiempos electorales, preguntan si piensas ir a votar y si dices No la entrevista finaliza de inmediato o a lo sumo un par de preguntas más adelante. Con ello, la categoría Abstencionista se convierte en una masa bastante informe sobre la cual es muy difícil reivindicar algún tipo de liderazgo, influencia o intención política.
De cara al referéndum de este domingo, yo he observado al menos tres tipos de Abstencionismo activo (Separando a esos abstencionistas de aquellos que no van a votar porque simplemente no votan). El primero, el abstencionismo de los que consideran inconstitucional la reforma y por tanto no pueden avalarla acudiendo a la votación. Yo me considero muy cercano a esta posición, pero el asunto es detener la reforma y una manera que pone a disposición el propio sistema es el acto electoral, por lo que agotar esa vía no es avalar un fraude constitucional sino intentar evitarlo, ya que de ganar el No la violación a la Constitución quedaría abortada antes de materializarse.
El segundo, el abstencionismo de los que están convencidos de que el proceso de votación está viciado, que el CNE es una máquina de fraude y que ya los resultados están listos para dar ganador a la opción oficialista. Pero ante esta opción uno debería preguntarse dónde se cree que está la trampa. Porque si la trampa está en, por ejemplo, llenar los votos de quienes no asistieron al evento, entonces el abstencionismo está siendo aliado de la trampa. Si se tiene la convicción de que va a haber trampa, pienso que hay que tomarse el momento para reflexionar dónde podría estar esa trampa y decidir cuál debería ser el papel a jugar frente a ella.
La tercera posición es la de los abstencionistas deslegitimadores, los que piensan que no asistiendo al evento en suficiente número podrán quitarle toda fuerza al mandato que nace del evento. Lo paradójico de esta posición es que necesitan de un sistema muy fuerte para lograr su cometido, porque el número que obtenga la abstención debe tener la suficiente autoridad como para que el mandato de la votación nazca en entre dicho. Con las diferentes razones para abstenerse, e incluyendo aquí a aquellos que simplemente no van a votar porque no van a votar, el número de la abstención es de por sí débil para generar algún mandato en contrario al de la votación. Y aún superada la paradoja, queda el problema en sí de la legitimidad, porque ésta es un concepto con poca expresión práctica más allá de la verbalización. No suele estar claro cuándo un régimen queda deslegitimado ni qué pasa una vez que esa deslegitimación es declarada por algunos sectores, sin importar cuán mayoritarios sean estos.
Si en estos días que faltan, la campaña es por lograr que acudan al evento aquellos que se oponen a la reforma y dicen que no piensan ir a votar, vale la pena bajarse de la autoridad moral que suelen mostrar los activistas del voto frente a los abstencionistas y tomarse unos minutos para oír sus razones, para luego intentar rebatir aabstencionista en particular y no al abstencionismo informe o uniforme. Los argumentos arriba pueden servir, pueden servir otros muchos, pero la campaña se trabaja persona a persona.
Play cumple cinco años
Hace 4 años.
2 comentarios:
Lucido articulo.
Abstencionismo es siempre el peor enemigo de la democracia.
Abstencionismo fue con lo que el gobierno conto desde el principio. Y ha funcionado muy bien para ellos hasta ahora.
Gracias gringo, aunque los comentarios que haces son precisamente del tipo que señalo al final del artículo
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