En 1988, Ben Johnson corría más rápido que nadie hacia el desprecio público y la ignominia. Mientras tanto, José Canseco jugaba la temporada de ensueño, convirtiéndose en el primer jugador de la historia de las Grandes Ligas que conectaba 40 jonrones y se robaba 40 bases en una misma temporada. No sé si alguien hizo la conexión Johnson-Canseco en aquel momento, pero seguro no la hicieron quienes tenían derecho a votar por el premio al Jugador Más Valioso de la temporada, honor que Canseco recibió por decisión unánime. Era muy difícil poner dudas sobre Canseco en aquel entonces: novato del año en 1986, MVP en el 88, asistía a su primera Serie Mundial ese mismo año, la ganaría en 1989 como miembro de los Atléticos de Oakland, que también contaban en sus filas con otro pelotero, novato del año en 1987, que igual que Canseco tenía más cuerpo de fisicoculturista que de beisbolista: Mark McGwire. La verdad sea dicha, Canseco en ese entonces se había convertido en el nuevo prototipo del pelotero: con poder, rápido, fuerte, a pesar de que la fragilidad era parte de esa estampa (ya en 1989 apenas pudo jugar 65 juegos de la temporada regular por una lesión y desde entonces sufría dolencias crónicas en la espalda) y aunque en la misma serie de campeonato de 1988, el público de Fenway Park en Boston gritaba ¡Esteroides! ¡Esteroides! cada vez que Canseco tomaba un turno. Pero todos querían ser como Canseco, por qué no entonces utilizar lo que utilizaba Canseco para ser así. Según su propia confesión, Canseco comenzó a tomar sustancias para mejorar su rendimiento en 1985. No fue el primero en hacerlo, seguramente, pero a finales de los ochenta y principios de los noventa era el ejemplo a seguir, el modelo del pelotero ideal. Durante los años 90, el béisbol convivió con los esteroides de una manera vergonzosa y quién sabe cuánto de culpa tuvo la figura de Canseco en ese resultado.
Con el tiempo, Canseco fue cayendo en desgracia entre la gente de béisbol y los fanáticos, pero no por el asunto de los esteroides sino por las que quizás fueron sus secuelas: escándalos en su vida privada siempre acompañados de comportamiento agresivo, y en su vida de pelotero constantes y largas visitas a la lista de incapacitados y periodos de juego realmente mediocre (incluyendo un jonrón del venezolano Carlos "el café" Martínez que se fue del campo luego de rebotar en la cabeza de Canseco).
No fue sino hasta 2002 que las Grandes Ligas inició una política contra el uso de los esteroides en el béisbol. Demasiados años pasaron entre 1988 y 2002 como para que el béisbol no quedara dañado por largo tiempo. Tanto, que hoy es fácil cuestionar esa política porque no incluye otras sustancias como la hormona de crecimiento humano de la cual también hablaba Canseco y de la que hay fuertes evidencias que formaba parte de la "receta" que se aplicaba Barry Bonds.
De mentiroso, delator, exagerado, chismoso y de estar desesperado por recuperar su vieja fama fue tildado Canseco cuando en 2005 publicó el libro donde confesaba que su carrera fue químicamente construida. Pero poco a poco, todos los señalados por Canseco como consumidores han terminado siendo confirmados directa o tácitamente: McGwire, Jason Giambi, Rafael Palmeiro, Iván Rodríguez, entre otros. Por eso Canseco sacó otro libro, Reivindicado, que salió a la venta el año pasado y que no tuvo casi repercusión, entre otras cosas porque la gente creía que Canseco ya no tenía más nada que decir. Una de las cosas que dijo fue que otro consumidor de esteroides era Alex Rodríguez. Esta semana, Rodríguez ha sido la gran noticia del béisbol por el reportaje y la posterior confirmación por parte del jugador de que había sido consumidor de esteroides. Vuelve a comprobarse un dato aportado por Canseco que nadie quiso dar por verdadero, entre otras cosas porque Alex Rodríguez estaba siendo vendido como el jugador que limpiaría el libro de récords tras los asteriscos que hay que ponerle a los números de Bonds, Roger Clemens, McGwire, Sammy Sosa, Palmeiro, pero ahora Rodriguez necesita su propio asterisco.
La era de los esteroides simplemente acabó con la fascinación del béisbol por su propia historia, porque ya los números de los peloteros no significan nada.
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