La revolución venezolana es fetichista. Tiene un fetiche con los referendums. Ese fetiche puede haber nacido porque en pocos momentos el presidente Chávez ha sido tan exitoso como en los referendums. Si bien perdió el de 2007, cosa que le enredó más de lo esperado su papagayo de delirios de grandeza, también es cierto que del referéndum revocatorio de 2004 y del referéndum aprobatorio de la Constitución de 1999 salió más poderoso que nunca. El domingo Venezuela se enfrenta a otro referéndum sacado de debajo de la manga del Presidente. Tal vez Chávez gane su propuesta y el fetiche por los referedums continúe, tal vez pierda y se le comience a quitar esa fascinación por la pregunta, por el Sí y No y por el día después del referéndum, como si el que ganara su opción fuera suficiente para que la oposición desapareciera y la revolución fuera para siempre, con Chávez inmortal y todo -que el silogismo no engaña: si Chávez es condición necesaria para la revolución y la revolución es para siempre, entonces Chávez tiene que ser para siempre o la revolución terminará tarde o temprano.
Pero tanta parafernalia para cambiar la Constitución vía referéndum luce un poco ridícula cuando el régimen no ha hecho sino cambiar la revolución por otros métodos; el principal: a través de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia. Y como el fetiche se alimenta de maneras extrañas, el fetiche de la revolución por los referendums para aprobar cambios constitucionales se alimenta de los cambios constitucionales que el Tribunal ha hecho vía sentencias de la Sala Constitucional. La más reciente, la que ratificó el derecho de Chávez a convocar a este referéndum y de volver a convocarlo si pierde el domingo, a pesar de lo que dice la Constitución al respecto.La más importante, la que le permitió ganar el referéndum revocatorio a pesar de que la opción de que saliera de la Presidencia de la República cumplió con los requisitos que la letra constitucional todavía expresa, requisitos que no fueron suficientes porque a la Sala Constitucional del Tribunal Supremo le pareció que el Constituyente al escribir la Constitución no había querido decir lo que está escrito sino lo que la Sala sentenció.
Si pierde el domingo, el Presidente tal vez trate que sea la Sala Constitucional quien le permita permanecer en el poder como él se ha imaginado: hasta que el cuerpo aguante. Después de todo, fue la Sala Constitucional la que en 2004 le permitió que permaneciera ahí.
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