Tras el sonado artículo de Ray Conolly, donde se preguntaba quién necesita editores, he leído y reseñado muchas opiniones y respuestas, por lo que me he ido formando una nueva opinión que quiero compartir aquí.
Cuando se habla de estos temas, suelen mezclarse muchos tópicos que no necesariamente lleven a la misma discusión. Por ejemplo, algunos hablan del futuro del libro y de la palabra escrita, otros del futuro del oficio del escritor y del editor, de la rentabilidad del negocio editorial, e incluso del futuro de las librerías y de las ventas de libros. Evidentemente, son todas aristas del mismo tema, pero cada uno lleva a darle primacía a ciertos aspectos de la discusión sobre otros.
Cuando un autor como Ray Conolly anuncia que no va a publicar más a través de editoriales tradicionales sino a través de sus propias redes y herramientas de autopublicación, la apuesta que está haciendo es bastante segura: de hecho, el anuncio de su decisión lo hizo en las páginas de The Guardian, obteniendo de inmediato la atención que necesita para que su nuevo libro sea conocido y apetecido. La inmensa mayoría de los autores que acudan a sus propias redes y herramientas de autopublicación lo harán en una escala muchísimo más pequeña y seguirán dependiendo más de su propia tozudez que de la atención del mundo para continuar con sus carreras literarias. Eso está más que claro. La decisión de Conolly es noticia porque se trata de Conolly.
La noticia no cambia las opciones de la inmensa mayoría de los escritores, pero tampoco es buena para las editoriales.
Si más escritores cuyo nombre es un seguro de ventas, deciden seguir los pasos de Conolly y de otros, como Seth Godin, el negocio editorial luce en vías a parecerse al béisbol de Grandes Ligas tras la llegada del modelo de agentes libres, donde unas organizaciones desarrollaban a sus jugadores sólo para que cuando alcanzaban la plenitud de sus carreras se fueran a organizaciones más poderosas en busca del gran dinero.
Como mi nombre garantiza las ventas por sí solo, entonces abandono a las editoriales, es un modelo que repercutirá en el sistema de relaciones del mundo editorial, para bien o para mal. En los contratos, en la publicidad, en las apuestas por títulos o nombres, la sombra de que "cuando seas famoso publicarás por ti mismo" estará ahí haciendo mella. De cómo convivan las editoriales con ese modelo dependerá que, si se me permite continuar con la comparación beisbolera, se conviertan en los Yankees de Nueva York, los Melizos de Minnesota, los Reales de Kansas City o los Expos de Montreal, por nombrar a un equipo con poder, a uno sin tantos recursos pero exitoso, a otro que es considerado un desastre deportivo actual y a uno que desapareció y que nadie recuerda.
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