La forma en que escribieron el titular de este martes 20 en el diario El Universal ("Una persona fue asesinada cada hora el fin de semana") me arrancó un añejo recuerdo. El Chavo recibía la lección de conducta precavida en forma de información estadística: En Ciudad de México atropellan a una persona cada hora, frente a lo que el Chavo exclamaba "Pobrecito. Pero qué mala suerte la de la persona".
Pronto, la verdad desnuda vence la ambigüedad de la redacción y sólo queda espacio para el horror y la impotencia. Un muerto por hora, en Caracas ya no podemos contar los muertos por cada cien mil habitantes o por semana, los tenemos que contar por hora, como si del kilometraje de un carro se tratara.
A esa velocidad, no es extraño que pasen desapercibidas las circunstancias de uno de los casos. La víctima, mecánico de veintidós años y que trabajaba nada más y nada menos que en el Palacio de Miraflores, llegó con vida al hospital pero policías apostados en el lugar no dejaron que lo atendieran porque creyeron que se trataba de un antisocial, sentencia de muerte expedita, otorgada por el prejuicio de los garantes de la ley. A esos extremos de inhumanidad está llegando nuestra sociedad.
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