Cuando la Comunidad Europea se metió en un aprieto tras la derrota sufrida por el proyecto constitucional en países como Francia y Holanda, los políticos europeos encontraron la manera perfecta de aprobar el documento sin preguntarle a la gente: en vez de llamarla Constitución, que exige la consulta al Poder Constituyente -es decir, al pueblo- la llamaron Tratado y así solo serían los Parlamentos los que tendrían que aprobar el documento. Pero se encontraron con Irlanda, cuyo procedimiento parlamentario exige la consulta al pueblo ante cierto tipo de cambios de legislación y de nuevo la Comunidad Europea se enfrenta a una derrota popular de su documento constitutivo principal.
Ni cortos ni perezosos, los políticos europeos le están quitando importancia a la derrota del Tratado de Lisboa en Irlanda diciendo que un millón de irlandeses no pueden decidir por 500 millones de europeos y que la diferencia de 100 mil votos con que el No derrotó al Sí es insignificante (Pírrica dijeron por Venezuela en diciembre) y que todo sigue tal cual los planes, no hay ninguna razón para cambiarlos.
Al final, el problema en Venezuela y en Europa es que los referendos están siendo utilizados para bañar de popularidad y apoyo medidas ya tomadas y no para que el pueblo realmente decida entre dos opciones o propuestas. Así, propuestas engorrosas y complejas se reducen a un 'lo tomas o lo dejas' y cuando la gente dice 'lo dejo' resulta que no hay plan B, que los políticos ni siquiera habían pensado en la posibilidad de la derrota.
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