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26 de junio de 2008

Miyó

Terminó de escribir y guardó el texto en un diskette. Imprimió una copia y una vez más la leyó; sí, estaba listo. Metió la copia impresa y el diskette en un sobre donde se leía Cuento del Lunes. Con paso sereno, calmo, salió de su apartamento rumbo al periódico y entregó el sobre para que fuera abierto en algún momento del fin de semana. Luis, editor, discípulo, amigo, revisó el texto y se sintió perturbado por la historia, un relato "sobre una mujer desesperada al borde del suicidio". Pero más allá de su dureza, no hubo razones para rechazar el cuento de Miyó y lo entregó para que transitara por los recovecos de la redacción hasta que ocupara su espacio definitivo en la edición del lunes 2 de diciembre de 1991 de El Diario de Caracas.

Miyó tenía todo listo: sus cartas, sus mensajes, sus testamentos, todas sus despedidas; por eso hasta se dio el lujo de pasar la tarde conversando con los vecinos. Ya en su casa, en algún momento de la noche ingirió los Ribotril, llenó la bañera de agua caliente y se metió en ella para no salir.

Luis recibió la noticia en la madrugada del domingo, con suficiente tiempo incluso para preparar la página sustituta. La decisión, que así se llamaba el cuento, de pronto se le asomó impublicable. Alguna vez Miyó había escrito que El primer suicidio es único/Siempre te preguntan si fue un accidente o un firme propósito de morir/. En éste, el definitivo, no hubo preguntas, porque el desgarrado adiós de la poeta llegó a sus lectores no como despedida sino como un capítulo más de la antología de su obra.

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