La Unidad como panacea, como requisito básico, como arma infalible para cada uno de los bandos de la política venezolana de cara a las elecciones regionales, va lográndose poco a poco, con mayores o menores traumas, con fracturas insalvables, con fisuras leves o sin herida alguna, se va logrando porque el objetivo es superior a cualquier ambición personal, a cualquier postura de momento: salvar a la revolución o salvar la democracia. Pero en la medida que la Unidad se va logrando, también va desnudándose su corto metraje. Porque la panacea se convierte en un nombre, en poco menos de cuatrocientos hombres por bando, los casi cuatrocientos candidatos a alcaldes y gobernadores que cada bloque presentará en unos quince días. Y el argumento circular luce un tanto fuera de proporciones: la revolución o la democracia pasa por lograr la unidad de cara a las regionales que significa candidaturas unitarias y que se logran con fulanito en el municipio tal cuya victoria será la preservación de la revolución o de la democracia. Por poner un nombre por bando de candidatos que han sido controversiales y difíciles para el logro de la candidatura unitaria: ¿Alguien cree realmente que la revolución depende de que Mario Silva sea el gobernador de Carabobo o que la democracia se mantiene sólo si Emilio Graterón resulta el sucesor de Leopoldo López en la Alcaldía de Chacao? Por favor.
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