La campaña electoral para las elecciones regionales se iniciará oficialmente en un par de semanas, pero llevamos por lo menos tres meses sumergidos en ella, bajo la excusa de la búsqueda de candidaturas que le garanticen tanto a la oposición como al oficialismo el acudir a esas elecciones como un bloque monolítico de cara a lo que es presentado no como una simple contienda electoral sino como la última trinchera de defensa de la revolución o de la democracia, respectivamente. Mucho más desgastante para los precandidatos ha sido la contienda de la oposición, porque cada organización es fuerte en una plaza y débil en otra, creándose un escenario muy complejo donde las encuestas resultan no tan efectivas para la toma de decisiones como se pretende hacernos creer. En el oficialismo, no ha habido tanto desgaste para los candidatos porque la campaña ha sido más bien de sumisión; de un proceso interno donde se les prohibió a los precandidatos hacerse campaña se ha pasado a una negociación con factores aliados donde el partido del presidente Chávez pone una sola condición: se hace lo que yo decida. Pero junto a esta preparación de ambos bloques, que le dan a las elecciones de noviembre características de frente de batalla por la revolución o por la democracia, existe un nivel que nadie puede ignorar: el de los candidatos enfrentados a su propio electorado, un electorado distinto para cada cual por tratarse de unas elecciones regionales. Así, los candidatos en el día a día de su campaña tienen que hablar de los problemas más inmediatos de la gente, porque no otra cosa interesa a la gente en unas elecciones locales para alcalde o regionales para gobernador.
La campaña entonces se vive en una especie de esquizofrenia, donde la lucha por la democracia o por la revolución pasa por asfaltar tal o cual calle, alumbrar tal o cual sector, reaciondicionar tal o cual parque, entregándole un sentido utilitario a la democracia y a la revolución que no le hace bien ni a la democracia ni a la revolución, porque se supondría que ambas expresan valores superiores: ni la democracia ni la revolución se entregan porque el alcalde lo haya hecho mal o porque este candidato no me gusta para nada. Triste paradoja, un proceso electoral de alcaldes y gobernadores no debería tener otra dimensión salvo la de escoger al aspirante que me gusta más o que creo lo hará mejor.
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