Mi salida del bachillerato y comienzos de la Universidad coincidió con el advenimiento de las tiendas de CDs en Caracas, cosa que rompió el cerco musical que se había impuesto en Venezuela tanto con la protección a artistas nacionales a través de la poca importación de LPs como la fabricación en el país de LPs sólo de artistas mainstream. De pronto, en las discotiendas tradicionales y en nuevas discotiendas aparecían grupos y artistas de los cuales no teníamos ni idea, en una época preinternet que hoy suena tan lejana como claustrofóbica. Porque la sensación al revisar los anaqueles de tiendas como La Gaceta Lunar en la avenida Casanova era de liberación. Fue precisamente ahí, en La Gaceta, donde Gerardo, viejo amigo, me mostró un disco que simplemente me marcaría de por vida:
Trompe le Monde.
Al poner el disco y escuchar el rasgueo de la guitarra en el tema inicial,
Trompe le Monde, para dar inmediato paso a los golpes de batería que liberan toda la energía de la canción, inicié un viaje musical que no se detendría, que no se ha detenido por casi veinte años. Porque desde que compré
Trompe le Monde, los Pixies no han dejado ni por un momento de ser parte de mi banda sonora, son casi veinte años sin dejarlos de escuchar, casi veinte años escuchando las mismas canciones, sorprendiéndome con los mismos riffs de guitarra, divirtiéndome con las mismas letras, tarareando las mismas estrofas, casi veinte años cantando
Bone Machine y
Broken Face,
Isla de Encanta y
U-mass,
Debaser y
Wave of Mutilation.
Atando cabos, pienso que corría el año 91, así que compré el disco casi recién sacado del horno, lo cual me dio un pequeño lapso de tiempo para escuchar a los Pixies mientras todavía existían los Pixies. Porque en 1993 oficializaron lo que era un secreto a voces incluso antes de la salida de
Trompe le Monde: los Pixies se separaban buscando caminos musicales distintos. Y como el todo siempre es más que la suma de las partes, ni Frank Black como solista ni la banda de Kim Deal, The Breeders, pudieron generar las emociones y sensaciones que generaban cualquiera de los discos de los Pixies, que a falta de futuro fue fácil completar la colección, comprando primero
Bossanova --usado en la extinta CD Solution de Plaza Las Américas--,
Come on Pilgrim --a través del fallecido BMG Music Service--,
Surfer Rosa, --otra vez en CD Solution--,
Doolittle --de nuevo en BMG--, y la recopilación de lados B y rarezas que ya en la década de 2000 compré en Esperanto del Centro Comercial Vizcaya.
Pero gracias a lo impactante que fue descubrirlos y lo rápido que llegó la noticia del rompimiento, escuchar a Pixies siempre tuvo algo de tierra prometida que se ve pero no se alcanza, de búsqueda de la piedra filosofal. Escuchaba los discos con una devoción alimentada por esa extraña sensación que fue descubrir el que creí sería el futuro de la música cuando ya era pasado. El tiempo no apagó esa devoción que luego supe estaba muy lejos de ser una rareza. Porque los Pixies se volvieron más y más importantes con el paso de los años; a pesar de que sus discos no se vendieron mucho en su momento, su nombre figuraba como influencia de la mejor música que se hizo en los años 90. Declaraciones de Kurt Cobain y de Thom Yorke, por ejemplo, dieron cuenta de lo importante que fue Pixies para sus respectivas bandas. Así mismo, la inclusión de
Where is my mind? en un momento cumbre de la superpelícula de culto
Fight Club, aumentó la avidez por una banda que para ese momento llevaba ya ocho años sin sacar material alguno. El recuerdo y la nostalgia por los Pixies no paraba de crecer y finalmente dio pie a la gira de rencuentro de 2004 y a una actividad intermitente de la banda hasta 2008, cuando el anuncio de Francis de que no habría material nuevo de Pixies parecía anunciar una segunda muerte.
Nunca hice intentos de ver a Pixies en la gira del rencuentro. Le guardo cierto temor a las giras de rencuentro --si
hasta Menudo hizo la suya. Pero seguí llenando mis estanterías de material de los Pixies producto de ese rencuentro, con par de videos de presentaciones de la banda y el documental que se hiciera sobre la gira. Así que detrás de mi aparente indiferencia hacia el hecho de que los Pixies estuvieran de nuevo en los escenarios, había algo del viejo sentimiento de imposibilidad, de pérdida, porque la mayor parte de 2003 estuve en los Estados Unidos y un par de meses después de haber regresado a Venezuela se hizo el anuncio del regreso de los Pixies. En el 91 llegué muy tarde, en el 2004 me había ido demasiado temprano.
Por si fuera poco, entre 2006 y 2008 mi veneración por Pixies estuvo a punto de tener su expresión literaria. Conversando con el artista plástico y caricaturista Roberto Weil, supe que él había estudiado en U Mass durante la segunda mitad de la década de los ochenta. Intenté entonces hacer la conexión imposible (la llamo así únicamente porque ese fue el nombre de mi proyecto) entre los Pixies y Weil y entre mis casi veinte años escuchando a los Pixies y la conversación que tuve con Weil. El borrador dejado a la mitad está en mi computadora, quizás vuelva a retomarlo algún día, aunque la verdad ya me había olvidado de ese proyecto literario cuando en la radio hace dos meses escuché el anuncio de un concierto en Chicago de los Pixies. Por fin ganas y oportunidad se juntaban, a las 12 del mediodía del sábado 19 de septiembre se pusieron en venta las entradas; a las 12:03 recibí el correo de Ticketmaster confirmando mi compra.
Mañana 21 de noviembre, los Pixies estarán cerrando las presentaciones en Chicago de una gira que celebra los 20 años del disco
Doolittle. Ahí estaré yo, no creo que pueda decir que como si fuera 1991, pero probablemente sí con una emoción que no hubiera podido sentir en aquel momento, porque se necesitaban veinte años de espera para sentirla.
2 comentarios:
Leer este texto y el siguiente sobre Pixies era una tarea que tenía pendiente pero no había podido por falta de tiempo y otras razones.
Me gustó mucho esta nota porque muestra su apego a la música de la banda. Me sentí muy identificado. Claro, mi caso es distinto porque los conocí cuando ya se habían separado aunque no eran tan famosos, ni existía The Fightclub. Y yo empecé con Doolittle, no con Trompe le Monde, que a la larga este se convertiría en el album que más me gusta de ellos (o al menos, el que más he escuchado). Lo que más me gusta de ellos es que su particular sonido siempre se escucha fresco y muy enérgico, lo que lo convierte el un sonido atemporal. Porque no importa la canción ni cuando una la escuche, siempre va a sonar a música nueva, a disco de este año.
Ángel, muchas gracias por leer y comentar, qué bueno que te haya gustado. Tienes toda la razón, hay música que parece envejecer y hay otra que se mantiene fresca independientemente de cuántos años hayan pasado, y la música de Pixies es de las segundas, pasan los años y siguen sonando como si fueran grabaciones del momento, es impresionante. Un gran saludo, seguimos en contacto
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