En la biografía que Mariela Díaz escribió sobre Miyó Vestrini y que recientemente publicara la editorial El Nacional, me encontré con esa parte de la vida de la poeta y periodista que intenté recrear en la anterior entrada de este blog: Vestrini escribió un cuento en tono de despedida, sabiendo que saldría publicado en El Diario de Caracas un par de días después de su suicidio. Pero el periódico decidió no publicar el relato, porque consideraron, a palabras de Luis Lozada Soucre, que aquello habría resultado en una especie de necrofilia.
Como buen dilema, el entender la posición del periódico o pensar que se violentó una especie de último deseo de la escritora, dependerá de los argumentos que uno ponga en juego. Yo suelo ponerme del lado de la publicación, incluso cuando la situación es exactamente la contraria: el autor pidiendo que sus escritos sean destruidos.
La historia de la literatura está llena de casos por el estilo. En la ficción, recuerdo con cariño el dilema que se le presentó al editor de T.S. Garp, cuando en la novela homónima, el personaje creado por John Irving le entregó su nuevo manuscrito: un texto desgarrador producto de la catarsis necesaria tras vivir una desgracia familiar. El editor, incapaz de decidir si publicar o no el libro, acude a su lector secreto para resolver el dilema.
En la realidad, está muy reciente el caso de la última novela de Valdimir Nabokov, dejada en manos de su hijo Dimitri con la orden de destruirla. Nabokov murió en 1977 y desde entonces Dimitri vivió con el peso de cumplir o no el deseo paterno, deseo cuanto más duro porque Dimitri encontró en Laura, que así se llama la novela, quizás la mejor obra del autor de Lolita. Poco más de cuarenta años tuvieron que pasar para que Dimitri resolviera el dilema, Laura será publicada y con ello tendremos la posibilidad de decidir si valió o no la espera, o peor, si valió o no la traición a la voluntad del padre.
Play cumple cinco años
Hace 4 años.
3 comentarios:
Luis: Creo que el dilema sobre la publicación debería -en general- atender a los deseos del autor.
Si soy editor, y me llega algo inaceptable, uso mi poder para que no salga bajo mi guardia...
Si soy escritor, y creo algo inaceptable, uso mi poder para evitar que salga (¿por qué empeñarse en guardar manuscritos que no quiero que sean leídos nunca?)...
Si no puedo hacer nada para evitarlo, no puedo sostener un principio en defensa de mi deseo, ya que no tiene caso.
Por otra parte, hay gente a la que hay que evitar publicar, aunque estén de acuerdo sus editores... La imprenta es muy promiscua.
GTA, muchas gracias por tu visita y comentarios. Ahora que lo pienso, y gracias a tus ideas, creo que más que decidir por la publicación hay que decidir con base en el manuscrito. Los caprichos de los escritores son muy raros, y en especial el lecho de muerte no es un lugar que nos proteja de la estupidez o de la malcriadez. Si le hacemos caso a los escritores no tendríamos entre nosotros las obras de Kafka, y como tú dices, si no se quiere que se publique algo se rompe, entonces los baúles de los escritores son muy probablemente deseos de publicación, así como todo Diario guarda un secreto adicional a todos los que lleva escritos: el de ser leído por alguien más.
En efecto, la imprenta es muy promiscua y los editores y lectores se dejan llevar mucho por los nombres, un escrito inacabado es un escrito inacabado sea de Camus o de Yourcenar, por qué publicarlos después de que sus autores no pudieron corregirlos lo necesario. La cultura actual tiene algo de necrofílica (o más bien mucho), por eso morir es un importante impulso de fama o de ventas y siempre hay quienes están listos para aprovecharlo.
Un abrazo, seguimos conversando
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