El suburbio es bello. Pero su belleza es como la de las sirenas, que te arrastran con su canto a una muerte segura. El suburbio mata, con sus casas perfectamente alineadas, con sus patios bellamente adornados, con las entradas a las urbanizaciones flanqueadas por fuentes, flores y bucólicos paisajismos, con las pequeñas lagunas que parecen espejos en el camino, con sus inmensas tiendas listas para satisfacer tu más mínimo capricho. El suburbio penetra poco a poco en tu estado de ánimo y de pronto, sin darte cuenta, estás obsesionado con esas casas, esos patios, esas lagunas, esas tiendas. El suburbio mata lentamente, te mata de aislamiento, de soledad, de silencio, de distancia. El suburbio es un desierto disfrazado de oasis.
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