Dejé de comprar barajitas de béisbol de Grandes Ligas hace como diez años (las razones tal vez podrían ser tema de otra entrada); la colección se detuvo en alrededor de dos mil barajitas, algunas se cotizaban en aquel entonces entre 20 y 30 dólares, la inmensa mayoría apenas tienen valor sentimental. Y de esas dos mil barajitas, solo en dos el comentario que traen sobre el jugador le presta atención no a aspectos deportivos, de personalidad o hobbies sino al curioso nombre del pelotero: Las barajitas de Ugeth Urbina y de Kelvim Escobar.
El nombre extraño, único, quizás irrepetible porque se escribe con m en vez de con n, porque es una combinación entre la abuela Rosa y la abuela Nieves (que la conozco y se llama Rossnyev, espero que no se incomode con esta alusión), que apunta a un momento único o a una iluminación, a una admiración o hecho especial, es un elemento que nos ha caracterizado como pueblo, como nación, como narración. A algunos aparentemente no les gusta ese rasgo de nuestro gentilicio y quisieron borrarlo de un plumazo a través de una propuesta de ley. La reacción no se hizo esperar y se escucharon quejas en todos los sectores, quejas que no recibieron ninguna canalización política ni que habían sido previamente registradas en encuestas de opinión, pero quejas importantes, sentidas, porque después de todo nos estaban arrebatando un derecho, una libertad que tenía que ver con lo que somos, con la manera como entendemos el mundo, con la forma en que celebramos y reconocemos a nuestros seres más queridos, nuestros propios hijos, por eso dolió tanto, por eso la reacción fue importante.
Y por eso, me gusta pensar, el poder de la nación, tan prepotente y autosuficiente, tuvo que recular y sacar de la proyectada ley de registro civil la prohibición de ponerle a los hijos nombres extravagantes, combinados, que sometan al escarnio público, etcétera, etcétera. Para no desdecirse por completo, van a dejar la prohibición expresa de no ponerle nombres de órganos sexuales a los niños; pero bueno, no son muchos los Pene González y las Vagina Pérez que pululan por ahí, en cambio sí hay muchos Diosdado, Jesse, Rosinés, Willian, Cilia y tantos otros que podrán ponerle a sus hijos su nombre o una combinación, o ver a sus hijos regalarles el honor de llamar a sus nietos como ellos.
Pero por si fuera poco, hoy que están planteadas luchas por otras libertades, la libertad de reconocer a nuestros hijos de la forma como decidimos reconocerlos, nos da pistas de cómo debemos construir los discursos para que esas libertades en juego sean igual o más sentidas. En eso estaremos.
Play cumple cinco años
Hace 4 años.
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo con Ud.
Gracias
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