El sonido de los golpes de los dedos contra el teclado es lo único que se escucha. Nadie habla, nadie tiene nada que decirse. La suma de hartazgos nos ha dejado a todos sin palabras: unos están hartos del país, otros del trabajo, hay alguno harto de sus compañeros y sin duda alguien debe estar harto de sí mismo, que es el más común de los hartazgos pero el más difícil de aceptar.
¿Mi hartazgo? Una mezcla, tengo atragantado al país y su maniqueísmo, aunque no me considero inocente: hace mucho tiempo que la intransigencia es mi única contribución al clima de enfrentamiento insensato que permanentemente amenaza con arrojarnos por la borda como sociedad; pero también tengo atragantado el trabajo, una suma de actos que se explican sólo porque son parte del trabajo que se explica por esa serie de actos y que parecen no tener nada que ver con el mundo que sucede fuera de la oficina.
Pero los rumores de ese mundo llegan a través de la pantalla de mi computadora, las noticias sobre la marcha universitaria contra la reforma constitucional comienzan a aparecer. Por un breve instante se rompe el tedio en la oficina: un par de comentarios sobre la pertinencia de marchar y sobre el futuro del país, del trabajo, de los compañeros, de uno.
Pronto, la lentitud del día vuelve a imponerse y otra vez el sonido de los dedos contra el teclado es lo único que se escucha.
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