Ya utilicé la imagen, pero creo que vale la pena insistir en ella: El Hombre de Del Monte era un personaje que nos legó una campaña publicitaria que duró años. Se trataba de un señor muy blanco vestido de blanco, zapatos blancos, pantalón blanco, camisa blanca, sombrero blanco, que llegaba en helicóptero a los sembradíos de una república, no necesariamente Venezuela, que lucía muy bananera. Al bajarse del helicóptero, siempre impecable, siempre inmaculado, los campesinos le traían una muestra de la cosecha. Expectantes, miedosos, sumisos, los campesinos esperaban a que el Hombre de Del Monte revisara los maíces o los guisantes, y hasta que el Hombre de Del Monte no daba su visto bueno, los campesinos no se relajaban y no celebraban el resultado de la cosecha. El Hombre de Del Monte era su certificado de calidad, directamente llegado desde el Imperio, y así como había llegado se marchaba en su helicóptero sin siquiera barro en la suela de los zapatos.
No me interesa Naomi Campbell, lo que sí me llama la atención es este afán de la oligarquía revolucionaria, de recibir certificados de calidad desde el Imperio. Como auténticos Hombres y Mujeres de Del Monte, intelectuales de mayor y menor valía, artistas de cualquier disciplina, modelos y personajes de la farándula más fatua, viajan desde el Imperio en sus aviones o helicópteros, visitan un par de lugares y obras, les muestran un par de planes, declaran lo impresionante que son los cambios del país, y se van, dejando su certificado de calidad del Proceso Revolucionario.
¿Qué espera lograr el gobierno con tantas visitas de Hombres y Mujeres de Del Monte? ¿Satisfacer viejas vanidades? ¿O son más ambiciosos y esperan, por ejemplo, que en medio de una discusión con opositores sus partidarios digan "hasta Naomi Campbell lo ve y tú te niegas", o que alguien diga "ahora que Naomi Campbell lo constató, yo sí creo en los cambios"? Si éste es el caso, no sé, me parece que debe haber operaciones de propaganda un poco más efectivas.
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