Mantenía seis o siete conversaciones a la vez mientras revisaba páginas de noticias y de música; por eso sólo accedí al mensaje cuando ya el estado de Manuel era desconectado. Sus últimas palabras lucían verdaderas últimas palabras: Entraron en mi casa, quieren matarme, ayúdame por favor. Busqué algún otro indicio de la gravedad de la situación, pero fue poco lo que pude hacer desde este lado de la pantalla. Quizás estaba chateando con otras personas, alguien que estuviera más cerca, tal vez en su misma ciudad; yo, no tuve más posibilidades que enviarle un correo electrónico preguntándole si estaba bien, mientras que por teléfono intento explicarle a un policía del que apenas hablo su idioma que en algún lugar de esa ciudad pudiera estar ocurriendo un asesinato.
2 comentarios:
Un retrato elegante de la compañía tan íntima y tan lejana que la red pone en la punta de nuestros dedos... Imagino un último intento de sacar, viéndolo fijamente, al titilante cursor de una pantalla muda un significado, un mensaje que remonte por cables y espacios desde una ciudad, una garganta lejana. ¡Brillante, Luis!
Oye José, muchas gracias por tus palabras, son un maravilloso epílogo al cuento, excelente. Un abrazo
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