La ciudad estaba llena de concejales y alcaldes realengos, porque en un evento sobre gobiernos municipales los organizadores habían olvidado, o simplemente desconocían, que las horas entre sesión y sesión tenían que ser llenadas con algo más que una siesta en el lobby de un hotel o un largo sueño en la habitación. Así, un amigo y yo, que no éramos ni gobernadores, ni alcaldes, ni concejales, ni funcionarios de gobierno, ni expertos, ni ponentes, ni invitados especiales, sino público en general, terminamos mostrándoles nuestra versión de Caracas, seguramente muy distinta a la versión de los organizadores, a un alcalde mexicano, uno argentino y a dos concejales del País Vasco.
Cuando en un momento dado transitábamos por la Trinchera de la Libertador los vascos no lo podían creer: una señora esperaba el autobús, "¡tienen que tomar el bus en un túnel!" se repetían esperando que de su verbalización surgiera la explicación de la realidad. Pero no había tal explicación, al menos no de los que podían intentarla, demasiado acostumbrados como estábamos mi amigo y yo a ver gente bajar por unas escalaras incomodísimas y esperar en una estrecha acera de pie casi contra la pared a que llegue el autobús que más que llevarlos a su destino primero los rescata de semejante lugar.
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