Las librerías estadounidenses son extrañas. En cualquier tienda a la que uno entra, de inmediato uno o dos vendedores te abordan preguntándote qué buscas o en qué pueden ayudarte. Pero en las librerías no pasa eso, uno entra y puede moverse con total libertad entre estantes y mesas, dando vueltas perdido por los pasillos en auténticos laberintos de libros y ningún empleado se te acercará a menos de que uno hable con ellos. Puedes incluso tomar tu libro, buscar un asiento y leer hasta la última página sin que nadie te moleste. Es como si la lectura fuera un espacio de libertad tan sagrado que ni siquiera el que vende los libros se atreve a profanarlo. Claro que eso ha hecho que la figura del librero, el que te recomienda libros de acuerdo a los que tienes en la mano o los que sabe que has leído y comprado anteriormente, haya sido sustituida por unos cartelitos frente a los libros recomendados por el staff, que en un párrafo o en un par de frases intentan decir por qué uno no debe dejar de leer tal o cual libro. Los cartelitos suelen estar escritos en letra corrida muy dificil de entender, por lo que me los salto completamente y nunca sé de qué me estoy perdiendo al pasar por alto esos libros.
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