Esta historia vale la pena repetirla. La familia de
Josh Bearman se mudó y a él le tocó vivir la muy común en los Estados Unidos situación de adaptarse y acostumbrarse a una nueva escuela. El problema para Bearman es que su nueva escuela era mucho más elegante y sifrina que la anterior, por lo que en esta nueva escuela su típica merienda de sándwich de mantequilla de maní era muy mal vista. Para hacer las cosas peores, los alumnos de la escuela solían hacer una especie de mercado de meriendas, donde se intercambiaban los diferentes manjares que cada uno traía y donde el sándwich de Bearman no tenía ningún valor. Así, un día, a Bearman se le ocurrió una excelente idea para participar del mercado: le contó a sus compañeros que su mamá siempre preparaba una torta para final de curso, la mejor y más grande torta que se pudieran imaginar, y que ellos podrían asegurarse un pedazo de la torta cambiando sus actuales chucherías por ese futuro delicioso. Y así, el joven Bearman inició su precoz y corta carrera como estafador de la bolsa de merienda de su escuela. Todo se derrumbó cuando algún compañerito, más interesado en las matemáticas que en la promesa de la delicia por venir, sospechó del tamaño que comenzaba a adquirir la torta, negociados sus pedazos una y otra vez por los alumnos. Descubierta la estafa, la escuela sancionó a Bearman, pero los niños se quedaron sin sus chucherías y perdieron hasta la ilusión de esa maravillosa torta que por varios meses fue real precisamente porque nunca la habían saboreado.
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