Hablar del talento de Gustavo Dudamel es llover sobre mojado. En estos días que, junto a la Orquesta de la Juventud Venezolana Simón Bolívar, ha estado de gira por los Estados Unidos, los elogios al maestro han sido unánimes. Pero de lo que no se habla mucho es de la generosidad de Dudamel, y si por algo el director debe pasar a la historia es por su generosidad. A estas alturas, Dudamel tiene una agenda lo suficientemente apretada como para sólo dedicarse a las Orquestas de Los Ángeles y Estrasburgo, de las que es director titular. Sin embargo, Dudamel sigue brindándole un esfuerzo importantísimo al
Sistema y a la Simón Bolívar. Por si fuera poco, el maestro pone todo su talento y prestigio en riesgo asumiendo desafíos impresionantes. Ayer, como parte de la agenda de la Orquesta en Chicago, unos 60 músicos de la Simón Bolívar se encontraron a las 10 de la mañana con 90 jóvenes músicos de la ciudad de Chicago, algunos de los cuales tenían apenas 11 años de edad. La idea era ensayar juntos dirigidos por el maestro Dudamel para a la 1:30 de la tarde mostrar el resultado: Una obertura de Bernstein y el último movimiento de la Titán de Mahler, tocadas con una energía y una emoción que se contagiaba hasta poner la piel de gallina, sobre todo al recordar que aquella música maravillosa surgía de jóvenes y niños que se habían encontrado por primera vez cuatro horas antes. Dudamel hizo que pareciera fácil, pero no lo era, él tuvo que haberse imaginado que aquello podía resultar un desastre y sin embargo lo hizo y dejó a todos boquiabiertos, sobre todo a los niños estadounidenses que jamás se imaginaron que podrían recibir una ovación de más de tres minutos de pie del público presente. La cara de esos niños es un regalo difícil de olvidar, un regalo que nos da Dudamel al tomarlos tan en serio que es capaz de sacar de sus instrumentos un Mahler en cuatro horas. Gracias, maestro.
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