El presidente boliviano, Evo Morales, levantó la huelga de hambre que mantenía desde el pasado jueves para forzar al Congreso de Bolivia a que aprobara una ley electoral que le permitirá a Morales optar por la revalidación de su mandato bajo el nuevo texto constitucional boliviano. Pero más allá del éxito logrado, de su presión sobre el Congreso boliviano que lo consolida como el hombre fuerte de la nación, lo que destaca del hecho es la técnica utilizada. La huelga de hambre es un método muy común de protesta, pero suele ser utilizada por los más desvalidos como una forma de mostrar la desesperación ante la realidad que se vive, ante la situación contra la cual se lucha. La huelga de hambre pierde algo de su efectividad cuando es usada para luchar por reivindicaciones sindicales o gremiales; todos podemos estar de acuerdo con que los maestros o los obreros merecen un aumento de sueldo, pero muchos no se creen que los maestros o los obreros estén dispuestos a morir por obtener ese aumento. Y que un Presidente en ejercicio esté dispuesto a morir si el Congreso no le aprueba una ley luce mucho menos creíble.
Sin embargo, como presidente, Morales ha mantenido la retórica del indefenso, del desvalido, del outsider que llegó a la más alta investidura de la nación a pesar de los esfuerzos de los poderosos por impedirlo, la retórica de que se mantiene en la presidencia a pesar de los constantes intentos de los poderosos del país por sacarlo de allí. Así, con su huelga de hambre para doblegar la resistencia del Congreso, Morales no buscaba tanto que le aprobaran una ley sino mantener una retórica, una imagen. Quién sabe si la aprobación de la ley no estaba asegurada desde el miércoles y por eso Morales se mostró tan presto a realizar su desesperada protesta.
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