El mundo de la computación más que vendernos un producto suele vendernos una licencia de uso de un formato. Así, acabada la licencia, si no la renovamos no podemos acceder, o accedemos con muchas restricciones, a los contenidos que producimos mientras la licencia estaba vigente. Las industrias del contenido, como las discográficas, solían vender el contenido en un formato sin mayores restricciones salvo la de que el usuario tuviera un aparato para reproducir ese formato. Cuando ambos mundos se juntaron, comenzó la dictadura del formato y ahora si se tiene un ipod no se poseen del todo las canciones que hay en él, sino la licencia para reproducirlas en el aparato. Por eso, al conectar un ipod a una computadora que ya tiene ipod asociado, se recibe la advertencia de que para poder reproducir la música del ipod hay que convertirlo primero en el ipod asociado y eso borrará la información (la música) del ipod anterior.
Por ahora, los lectores de libros digitales hablan poco de su capacidad para compartir bibliotecas. El Kindle simplemente no la tiene, porque es un aparato diseñado no tanto para leer libros digitales sino para que los libros digitales que leas sean todos comprados en Amazon. Es la típica lógica del mundo del software llevada al mundo de los libros, pero como lo señala con magnífica claridad Farhad Manjoo, la lógica del mundo de los libros más que un modelo de hacer negocios es un modelo cultural, y esa cultura implica la libre circulación de los libros. Tal como la asociación del mundo del software con la industria musical inició una obscena batalla contra sus clientes, llevando a algunos a la cárcel por el horrendo delito de compartir canciones, me pregunto si la asociación entre el mundo del software y el editorial iniciará una cruzada por borrar las bibliotecas de la faz de la Tierra, edificios dedicados al delincuente intercambio libre de información, información que cada usuario debería comprar a través de un reproductor cuya licencia de uso se pague cada año.
El apuro de Google por digitalizar contenidos, pareciera en mucho producido por el temor a quedar fuera del control de esos contenidos a través de los aparatos para su reproducción. Y aunque la batalla de lectores digitales parece una batalla por posicionarse en el mercado, sus repercusiones pueden ir mucho más allá. No sé, tal vez estemos en camino a una sociedad donde el que presta un libro no sólo sea un tonto sino un delincuente y quien lo devuelva también.
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Hace 4 años.
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