Comenzó el Festival Internacional de Teatro de Caracas y yo comencé mi recorrido: una obra diaria por los próximos quince días. Ayer me tocó Hedda Gabler, la pieza de Ibsen, llevada a escena por el grupo alemán Schaubühne Am Lehniner Platz. No me gustó, diré por qué.
El juego de espejos y la escenografía giratoria pronto se agotan y al final de la obra uno siente que estuvo frente a una especie de carrusel que daba vueltas sin sentido.
La actualización que se hace del clásico es meramente estética: donde se escribían cartas ahora se llama por celular, la casa de la Madame es un burdel asiático, y el manuscrito ahora es una laptop; este último cambio en particular debilita a los personajes, porque la sensación que la señora Elvsted tiene al perderse el libro, como si de la muerte de un hijo se tratara, tiene fuerza y tiene sentido por el hecho de que fue ella quien escribió el libro; Lovborg lo dictó como quien arroja semen y ella pacientemente lo fue ordenando y transcribiendo hasta que pudo escribir la versión final, gestándolo en su vientre hasta darlo a luz. Frente al archivo de la laptop, y frente a la laptop misma, ese símil desaparece y la señora Elvsted pierde todo peso dentro del drama y dentro del desenlace, porque al sacar las notas del libro que conserva y que lleva consigo posiblemente como un recuerdo de su hijo, es como si se sacara un as bajo la manga.
Pero peor es el caso de la propia Hedda. Conformes con la actualización estética, el pasado bajo siete llaves, el mundo que la rodea y el destino que agobia a Hedda y que la lleva a jugar con la vida de otros para poder obtener la grandeza que su condición de mujer le niega, no aparecen por ningún lado. Hedda vaga sin rumbo por el montaje, dando vueltas al ritmo del escenario, simplemente aburrida, o peor, medio loca, no la Hedda que hace de su destino jugar con el destino de los demás, como una especie de Dios, buscando la grandeza en su mínimo mundo, el mundo que le es dado vivir por el hecho de ser mujer. Como no están claras las fuerzas que llevan a Hedda a actuar así, el dominio que tiene sobre su entorno se debilita, la situación con el sombrero de la tía Julia es una mera confusión, Tesman la somete a la fuerza y Brack, cuando se ve rechazado, intenta violarla; la grandeza está muy lejos de esa Hedda.
Así, el suicidio de Hedda no fue porque su vida había perdido toda posibilidad de grandeza al perder el dominio sobre las personas que la rodeaban, sino porque simplemente se estaba librando del chantaje de Brack. Y el que Tesman, Brack y la señora Elvsted pensaran que Hedda estaba jugando, no fue la demostración de que ni siquiera la muerte pudo salvarla de su papel de mujer-comparsa, sino un final jocoso.
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