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17 de abril de 2006

Red

Llegó el final, el último día del Festival, y como me gusta hacer, fui al cierre callejero de la fiesta. En Los Próceres, la agrupación australiana Stalker nos presentó un espectáculo demasiado sencillo, demasiado simple que nos recordó que a veces el teatro de calle está hecho para romper con la rutina de la ciudad y no para asistir a él. Si uno hubiera estado por ahí, caminando, haciendo diligencias, y de pronto, por sorpresa se encuentra con las maromas de los australianos, habría hablado de ello durante un par de días o más. Pero cuando uno fija hora y fecha, sale una hora antes para conseguir puesto en Los Próceres, espera y espera el comienzo del espectáculo, bueno, uno quiere algo más, y con razón, que lo que Stalker tenía para ofrecer.
El espectáculo utiliza como elemento central un aparato de acrobacias no muy versátil: una escalera capaz de girar 90º sobre su eje, que le permitió a la compañía algunos movimientos interesantes, los mismos que harían una y otra vez. Lo mejor se logra cuando tres de los acróbatas se calzan unos zancos y desde el piso hacen una coreografía muy sencilla, pero que con el elemento de los zancos apuntando al cielo logran momentos de cierta belleza e interés. Y cuando utilizan el aparato para ponerse en pie, arrancan los mejores aplausos de la audiencia. Pero no mucho más. El espectáculo termina sin pena ni gloria, ojalá lo hubiera visto a las 5 de la tarde un día laborable caminando por la Francisco de Miranda justo antes de subirme al carrito que hora y media de tráfico más tarde me dejará a unas cuatro cuadras de mi casa al pie de la cuesta que logro subir sólo por la promesa que le hago a mis pies de que apenas entre me quitaré los zapatos.

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