Ayer fui a una obra que inicialmente no tenía planeado ver. A la hora de hacer mi programación para el Festival lo hago con base en tres criterios: Texto mata danza, cero franceses y huirle a la obra tiro al piso en taquilla. Pensé que la pieza del U-Theatre de Taiwan quedaba excluida por el primer criterio, pero conforme pasaban los días los comentarios de que no podía perdérmela me llegaron desde varios frentes y decidí no volver a ver el Hamlet del Teatro del Contrajuego (tengo todavía sentimientos encontrados al respecto, pero después de todo la vi en su temporada), e irme a la Concha Acústica para la última presentación de los taiwaneses.
Fue una excelente decisión porque presencié un excelente espectáculo.
Percusión pura, de principio a fin, los músicos del U-Theatre nos mostraron una amplia gama de instrumentos tradicionales de su cultura, y la variedad de sonidos y ritmos que se pueden lograr con ellos.
Por momentos, el movimiento de los percusionistas parecía el de boxeadores golpeando una pera en el gimnasio, pero sus golpes extraen de los tambores ritmos y melodías a veces tan delicados que uno no puede asimilar que provengan de tal exhibición y exigencia de fuerza física. Y cuando toca el turno de los gongs, y el sonido más que escucharse se siente en la piel, en el pecho, en las paredes del estómago haciéndote retumbar de adentro hacia fuera, lo único que queda es agradecer a los amigos que te dieron el pitazo y celebrar la decisión de haber cambiado la programación inicial para presenciar este maravilloso espectáculo.
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Hace 4 años.
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