Al enfrentarme a la obra de Jeff Koons, tuve la sensación de que ya todo eso lo había visto antes. Y no porque la obra del estadounidense esté convirtiéndose en un icono fácilmente reconocible. La verdad es que la propuesta del artista de convertir en obras de arte los objetos cotidianos es una novedad que se remonta a Marcel Duchamp, es decir, ya está por cumplir 100 años de haber visto la luz.
En la exposición de Koons en el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago, ciudad donde se inició la carrera del artista, uno puede pasearse por su imaginario, lleno de objetos de la niñez (globos de helio, globos con forma de animales, salvavidas inflables, personajes de cómics y juguetes, convertidos en esculturas o apareciendo en pinturas) y objetos del deseo (balones de basquetball firmados por Shaquille O'Neal y el Dr. J y gigantografías sexualmente explícitas de Koons con quien fuera su esposa, la actriz porno y ex diputada italiana Ilona Staller, la Cicciolina), en una propuesta que pareciera decirnos lo cursis y grotescos que pueden ser una buena parte de los objetos que nos acompañan en nuestras vidas. Pero ¿de verdad tenemos que asistir a un museo para darnos cuenta de eso? ¿Es ése todo el discurso de un artista tan cotizado o hay algo que se me escapó?
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