Parecía el plan perfecto: el sábado, una catadura de vinos por las calles de Naperville; el domingo, ir a ver un juego de polo en el club de polo de Oak Brook; entradas accesibles; actividades no tan comunes; todo listo excepto por los reportes meteorológicos que desde el lunes comenzaron a anunciar lluvia para el fin de semana. Mientras menos días faltaban para el fin de semana, más negras se ponían las nubes y más cerca del 100% se anunciaban las probabilidades de lluvia. Pero todavía tenía esperanzas, después de todo, vengo de Venezuela y allá no creemos en el informe meteorológico, un informe que se parece a lanzar una moneda, es cara o sello, o llueve o no llueve, no hay para más y sin embargo tenemos la certeza de que siempre se equivoca, de que cuando dice agua es sol y cuando dice sol será agua, violando incluso las propias leyes de la probabilidad, alguna vez tienen que haber acertado, sólo que no hemos estado ahí para enterarnos. Confío en el espíritu del Observatorio Cagigal, recé porque el espíritu de Cagigal los poseyera mientras los pronósticos de lluvia apenas se diferenciaban por la cantidad de lluvia que anunciaban. Y mis plegarias fueron escuchadas, sólo que la divinidad no entendió el tipo de desacierto que necesitaba de los pronósticos del tiempo. Porque de hecho no acertaron, nadie podía acertar que viernes, sábado y domingo llovería como nunca antes, que se romperían todos los records y que la ciudad se inundaría por doquier.
Apenas el martes pude volver a caminar por Naperville y tomé algunas fotos del nivel del río, ya un poco más bajo de las cotas alcanzadas:
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Hace 4 años.
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