Tiempo antes de las elecciones regionales de finales de noviembre en Venezuela, el presidente Chávez dijo que una derrota de su partido en lugares como el estado Miranda significaría una guerra civil. Días después de las elecciones regionales, está hablando de una guerra de clases en Venezuela y que la única intención de los opositores ganadores es darle un golpe de estado a él. Pero el día de la elección, más allá de tardanzas y de especulaciones, los resultados electorales fueron palabra santa y el primero en aceptarlos fue el propio Presidente.
Este comportamiento bien podría ser simplemente una decisión estratégica, ya que el Presidente renueva instantáneamente el certificado de democracia que el mundo le otorga tras cada evento electoral donde se respeta la llamada voluntad popular. Pero dadas las amenazas, los gritos, los discursos, las horas hombre gastadas en ofrecer planes que no se pueden llevar a cabo por el resultado electoral y la actitud posterior que hace de ese resultado una especie de decisión no vinculante, sorprende que el día de la elección, cuando se anuncia el resultado adverso, la postura del Presidente y del régimen sea de total respeto a los resultados mientras se preguntan "¿ahora qué hacemos?". Así, pareciera que más allá del certificado instantáneo de democracia, hay detrás una real creencia de que eso es la democracia: un día electoral donde los resultados se respetan.
Porque de resto el régimen no se siente nada cómodo con la diversidad y la pluralidad de tendencias, e intenta aplastarlas día a día entre elección y elección, mientras le ofrece a los electores un proyecto hegemónico que no convence en demasía a los venezolanos.
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