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9 de enero de 2009

Dudamel came back

Incluso aunque compartirá cartel con Yo-Yo Ma, la Orquesta Sinfónica de Chicago promocionó la serie de conciertos que Gustavo Dudamel está dando desde ayer en la ciudad, con el simple eslogan "Dudamel comes back". Los anuncios en el periódico salían publicados desde principios de diciembre con el sobreaviso de "Sold out" y ayer en la sala se escuchaban historias de personas venidas desde las vecinas Indiana y Michigan para ver al venezolano y de un hombre que interrumpió por este fin de semana su anual temporada de sky en Colorado para poder asistir a los tres conciertos de Dudamel.
Y el maestro no los defraudó. Yo no tengo ni suficiente oído ni estudios ni horas de butaca como para detectar las diferencias entre los grandes directores, pero detalles como el de ayer en el Adagio para Cuerdas de Barber de inmediato nos pone en cuenta de que se está frente a alguien especial. Al finalizar la pieza, Dudamel mantuvo la tensión, construyendo un instante que mostró cómo el Adagio de Barber no se termina cuando uno deja de oírlo sino que nos lleva tan alto que se funde con el silencio, silencio de dioses. Aunque hubo una pequeña incomprensión de parte de algunos músicos que bajaron los arcos, incapaces de manejar su propio silencio, la mayoría de ellos acompañaron a Dudamel, así como el público en pleno, que apenas el director descansó su mano estalló primero en bravos que estaban a punto de atragantarlos y luego en larguísimos aplausos.
Después llegó el turno del Concierto número 21 para piano de Mozart. El primer movimiento de ese concierto es uno de esos momentos donde las etiquetas de la música clásica se me hacen incómodas, porque la verdad siempre que lo escucho me provoca aplaudir de pie aunque la pieza esté lejos de terminar. Ayer no fue la excepción. El solista, Stephen Hough , toca como si estuviera sentado en una silla de extensión disfrutando del espectáculo y a eso te lleva, a que te sientes echado completamente para atrás y simplemente disfrutes de la música.
Por último, la Sinfonía número 2 de Brahms, donde Dudamel desplegó toda esa energía, esas cadencias, ese roce con el baile y esa predilección por los grandes momentos que parecen destinarlo a ser por mucho tiempo uno de los directores más populares del planeta. La ovación de pie de toda la sala no dejó dudas del éxito de Dudamel, éxito confirmado cuando al entrar en el restaurant que es punto obligado al salir de un concierto de la Sinfónica de Chicago, el local volvió a brindarle un cálido aplauso al maestro.

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