En Revolutionary Road, Sam Mendes vuelve sobre su obsesión favorita: el suburbio. El evangelio según Mendes dice algo así: Dios creó al hombre, le dijo que construyera ciudades para ser feliz y le advirtió que nunca tenía que ir al suburbio, pero el hombre desoyó la advertencia de Dios y se mudó al suburbio y ese pecado todavía lo seguimos pagando por los siglos de los siglos, amén.
Por eso, la que se asoma como la narración de un mundo cerrado, el formado por la pareja de esposos interpretados por Kate Winslet y Leonardo DiCaprio, deviene en una especie de Desperate Housewives de personajes menores, que sólo aparecen para poner palabras en sus bocas que sería demasiado descabellado hacer decir a los personajes principales en el contexto de la vida cotidiana de una pareja. Aunque de vida cotidiana no hay mucho -de hecho, cuando aparecen los hijos de la pareja, toda la escena tuvo un aire a Los Otros que por momentos me confundió sobre lo que estaba viendo-, porque tan interesado como está Mendes en decirnos que el suburbio le roba la vida a la gente, no nos da ni tiempo de tener un poco de simpatía por sus personajes; desde la primera escena son tan miserables que incluso cuando vuelven a hacer planes lo único que uno espera es el momento en que se derrumbarán.
Eso sí, Mendes es un gran marido, y construye un papel para que por fin le den el Óscar a su esposa Kate. Winslet pasa por todas las emociones y registros necesarios para asombrar a la Academia, en especial una escena donde sin decir una palabra tiene que demostrar toda la rabia y el sufrimiento de haber sido dejada en evidencia. Gran actuación la de Winslet, así como la de DiCaprio, pero no suficientes para no pensar que Mendes tiene que olvidarse para siempre del suburbio.
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