Que las palabras crean y destruyen es una verdad muchas veces comprobada, pero siempre sorprende presenciar el poder de las palabras, sobre todo cuando son utilizadas para asesinar hasta el espíritu más robusto. Conocí a este escritor cubano aquí en Chicago y desde que lo conocí no ha parado de hablar, en voz alta, casi a gritos, riendo y echando broma, también quejándose y protestando, más por exhuberancia que por exhibicionismo, y también por una toma de posición, porque las palabras siempre son en español, como dejando en claro lo que difícilmente se ponga en duda: que es latino, pero para los que entienden español también queda claro que no sólo habla español sino que domina y conoce su idioma. Pero esta mañana no había sino susurros y a veces ni eso. Apenas un murmullo acudía a su boca. "Intelectual foráneo" repetía. Cuando le pregunté a qué se refería me contó que en un evento editorial a realizarse en Cuba van a presentar un libro suyo y en los programas lo identifican como un intelectual foráneo. Él, orgulloso de ser escritor cubano en cualquier lugar del mundo, en Cuba es un intelectual foráneo. Eufemismo de apátrida explicaría, si tuviera que hacerlo, el eficiente funcionario que escribió los programas.
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