El mundial, como dije en la entrada anterior, fue tiempo de pasiones desbordadas y fuera de control. Así lo vivió G., buen amigo, de origen italiano y sufrió por ello en el Mundial. Debe haber sido bastante fuerte para él, porque un día, al abrir mi Facebook me encontré un mensaje que él le dedicaba a todos los que se habían burlado de él por la derrota italiana en primera fase. Puedo entenderlo, los venezolanos a cuenta de amistosos y confianzudos solemos pasar la línea de lo intolerable sin darnos cuenta. Seguramente G. tenía razones de sobra para estar molesto y escribió su mensaje con rabia, con tanta rabia que fue bien hiriente, llamaba a los venezolanos acomplejados porque nunca hemos podido tener selección propia en un mundial y nos catalogaba dignos súbditos del hombre fuerte que nos gobierna. Sí, imagino que todos los que leímos el mensaje nos herimos, el problema es que G. escribió sólo para aquellos que lo habían insultado a él pero nos insultó a todos por igual.
G. cometió un típico error comunicacional: hacer que buena parte de una audiencia se entere de una situación por las medidas que se están tomando para controlar dicha situación. El resultado de esto generalmente es que la situación se salga de control y que quienes tenían por misión manejarla terminen intentando apaciguar las consecuencias de sus propias acciones y no la situación en sí. En el caso de G. no sé si alguien que lo insultó se sintió compelido a ofrecerle disculpas o vivió la fuerza del ojo por ojo, pero me atrevo a decir que fuimos muchos más los que no habíamos ofendido a G. por la derrota de Italia pero igual recibimos su insulto siendo él quien ahora debía la disculpa. Por si fuera poco, bajo su estatus se generó una auténtica pelea entre venezolanos e italovenezolanos que apenas se conocían entre ellos y que dejó muy mal parados a todos quienes se enfrascaron en ella. Al final, G. pidió disculpas generales y borró el mensaje y con ello los comentarios que le siguieron. Pero me pregunto si el daño no estaba completamente hecho cuando decidió eliminar el estatus de la discordia.
Los social media ponen a G. y a todos quienes los utilizamos en una situación completamente nueva. Nuestra masiva, constante, intensiva e intrusiva presencia en redes sociales nos está obligando a gerenciar buena parte de nuestra vida como si estuviéramos en el War Room de una campaña electoral o como si fuéramos el director de relaciones públicas de una estrella de rock. El problema es que mucha gente no se ha dado cuenta de ello, aunque tienen cuenta en MySpace, Facebook, YouTube, Tumblr, Twitter, Buzz, Linkedin y reciben y envían cientos de mensajes diarios desde y hacia todas ellas y otras más desde sus celulares y otros dispositivos con los que se mantienen en línea 24x7 a la n. Cada vez que alguien envía un tuit diciendo cosas como "debo aprender a no tuitear cuando estoy borracho" o cada vez que alguien como G. actualiza su estatus con la bilis ahogándole la garganta, el capital que habían logrado acumular en sus redes se resiente, y alguna vez podrían enfrentar pérdidas irremediables.
Con vidas cada vez más públicas, cada vez más en línea, se hace cada día más necesario tomarse el tiempo para pensar y planificar un poco nuestra presencia en las redes. Como jardineros virtuales, podar por acá, echar abono y fertilizante de este lado y arrancar estas malas hierbas mientras vamos diseñando el jardín tal como queremos que se vea. Y sobre todo, evitar salir a correr justo después de la lluvia, porque no sólo podemos formar un barrial sino que podemos destruir buena parte de lo sembrado.
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