Brasil y Portugal desde el principio jugaron a no hacerse daño, pero eso se ve muy feo, hay que fingir que se está en el juego, que se busca la victoria. Por eso chutaron bastante, siempre de lejos y con pocas posibilidades, y por eso pelearon, pegaron y protestaron, siempre los que no tenían amarilla previa, sólo que se encontraron con un árbitro que no les siguió el juego y que tuvo una debilidad por las tarjetas amarillas que casi arruina la puesta en escena. Porque para haber jugado a no poner nada en riesgo, las siete amarillas pudieron haber salido caras, pero en el entretiempo el árbitro entendió su papel y tuvo el tino de guardárselas durante todo el segundo tiempo.
El problema es que no es muy claro el beneficio de quedar primero de grupo, sobre todo si el segundo del grupo H pudiera terminar siendo España. Así, que los equipos salgan a arriesgar es demasiado pedirles. Pero detrás del empate hay una triste certeza: se ha operado un cambio de filosofía en dos de las escuelas más alegres del fútbol. La fortaleza de estas dos selecciones está en la defensa, en el bloque trasero, en interrumpir e impedir el juego del rival. Verlos con la pelota al pie no despierta emoción, dan en todo momento sensación de que los goles vendrán sólo si el rival falla. La más clara de Portugal fue un despeje de Lúcio, el central brasileño, que se convirtió en un pase de gol; la más clara de Brasil en el segundo tiempo fue un disparo de Ramires que se iba a perder por unos veinte metros pero que rebotó en la espalda de un defensor portugués y Eduardo, el guardameta de Portugal, tuvo que lucirse.
Dunga ha sido el menos brasileño de los grandes jugadores de la historia de Brasil. De hecho, tan poco brasileño fue que nadie suele colocarlo en la lista de los grandes, a pesar de que fue base fundamental del equipo campeón de 1994. La verdad sea dicha, nadie recuerda un hermoso momento de Brasil donde Dunga haya intervenido como artífice. La venganza de Dunga ha sido convertir a la selección brasileña en su imagen y semejanza.
Costa de Marfil metió 3, aunque ello no le habría bastado ni siquiera con la derrota de Portugal. Claro, si Portugal hubiera ido perdiendo seguramente habría habido más empeño de Costa de Marfil en el segundo tiempo, pero para qué meter goles con sabor a nada. Un equipo más al que 4 puntos no le alcanzan para clasificar a segunda ronda.
Ridículo lo de Corea del Norte. Las declaraciones de su técnico antes del juego contra Brasil pudieron ser tomadas como una fanfarronada para crear ambiente de cara a un juego donde no tenían ningún chance. Pero a juzgar por los siguientes resultados, de verdad la selección coreana creía que su plan de darle cara a Brasil era suficiente, que no tenía que tomar precauciones contra selecciones como Portugal y Costa de Marfil y cualquier otra, pero el único que no sabía que el fútbol de Corea del Norte es inferior al de todas las selecciones de este mundial era el amadísimo líder.
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